Ceder la presidencia, una cuestión excepcional de cortesía

Ceder la presidencia en un acto debe responder a criterios de excepcionalidad. En mi modesta opinión no debe hacerse con frecuencia, porque el anfitrión es la persona que debe presidirlo. No hacerlo resulta extraño en primer lugar, y carece de sentido, en segundo. Desde el punto de vista de la tradición en la celebración de actos, es a quien le corresponde presidir, y desde la normativa prima esa situación al dejar claro que la “autoridad que organiza un acto le corresponde la presidencia”. Pero como esa misma normativa prevé la cesión al señalar que en caso de no presidir se situará en lugar inmediato, muchos se acogen a ello de forma surrealista, cuando realmente se refleja en la norma para dar amparo al anfitrión en situaciones de excepcionalidad.

A veces el conflicto de ceder o no ceder se termina resolviendo creando un doble presidencia, una fórmula aceptable, pero que también debe ser excepcionalme nte aplicada.

Entiendo que hay situaciones que puedan resultar obligadas por sentido común o por significado y quizá esos casos debieran estar regulados. Por ejemplo, la presidencia de los Reyes de España, el Presidente del Gobierno, el Presidente de la Comunidad en su territorio (por su condición de representante ordinario del Estado) y el Alcalde en su municipio. Claro está, siempre que no haya autoridades de mayor rango. Y, obviamente, cuando asista una personalidad cuya relevancia social o de otra índole aconseje ceder ese puesto de honor, siempre que lo estime oportuno el anfitrión en beneficio del cumplimiento de los objetivos del evento. No es una descortesía no ceder; la verdadera cortesía es ofrecer su derecha de acuerdo a la tradición (“la derecha es puesto de honor”).

Forzar la cesión

Sin embargo, nos encontramos en muchas ocasiones con cesiones forzadas que carecen de sentido y que muchas veces se imponen por los jefes de protocolo de la autoridad invitada, si ésta tiene mayor rango que el anfitrión. Debemos de hacer una llamada a la cordura a éstos para que no impongan tal condición, muchas veces bajo la amenaza de la no asistencia. Un consejero de una comunidad autónoma no debe exigir la presidencia de un acto organizado por un alcalde. aunque vaya representando al Presidente de su autonomía), o se trate de un municipio muy pequeño y modesto. Es una falta de respeto y un ataque a la autonomía local.

Tampoco el Ministro de Educación, Cultura y Deportes (por citar otro ejemplo) no debe imponer su presidencia en un palco en una instalación deportiva, o en la entrega de unos premios como pueda ser los Goya. Esta gala debe presidirla el Presidente de la Academia del Cine; no hacerlo transmite la sensación de que el evento es más cosa del Gobierno que de los propios académicos. Y así podríamos seguir poniendo cientos de ejemplos que a diario se producen. El Presidente de la CEOE, en un acto empresarial organizado por esta entidad, no debería ceder al Ministro de Economía, porque con ello descafeina el sentido del acto.

La cesión, que en ocasiones es conveniente, debe obedecer a razones de excepcionalidad como antes apuntábamos, o a criterios que favorezcan el objetivo del acto. Si el Ministro de Economía y Competitividad fuera el protagonista de ese acto de la CEOE (por ejemplo, fuera invitado a pronunciar una conferencia), quizá sí entonces tendría cierta lógica la cesión (si sólo se trata de esa conferencia) y para que se vea reflejada la deferencia el anfitrión debiera situarse a la izquierda (puesto 3, más elegante) o en el puesto dos si no hubiera otra personalidad de mayor rango que el propio anfitrión.

Es cierto, que el público no entiende la cesión moderna (puesto 2) o la clásica (puesto 3), porque al final lo único que ve es que está al lado de la autoridad que preside. Por eso, la verdad, cada vez que escucho decir a alguien “solo cedo un sitio, no dos”, me parece un absurdo. Jugamos los profesionales muchas veces con los números de las sillas y cierto es que cada vez toma mayor relevancia que el puesto, la cuestión de “al lado de quién estoy”.

He visto en numerosas situaciones a autoridades o personalidades que renuncian a un mejor puesto con tal de ubicarse al lado de quien le parece más interesante o conveniente, especialmente en eventos donde la conversación es esencial, caso de desayunos de trabajo, comidas e incluso en actos más academicistas. La foto manda y salir al lado de quien te conviene es más relevante.

Cortesía verdadera, no impuesta

Pero volviendo al inicio, es necesario recordar que ceder la presidencia debe ser algo muy excepcional que responda a una cortesía verdadera y no a una imposición fruto del orden de precedencias establecidas en la norma o a la exigencia de la autoridad que lo reclama. En esto los profesionales debemos mantener un comportamiento ético estricto y propiciar nuestra profilaxis hacia nuestros respectivos jefes a quienes debemos explicar y convencer que cuando el acto no es suyo no debe presidirlo, salvo que el anfitrión lo solicite. No voy a esconder que la mayoría de los profesionales piensan así, pero sufren esas imposiciones a las que acceden por temor, pero tampoco me guardo el hecho de que algunos la obligación de que cedan el puesto a su jefe lo llevan incorporado en su ADN. A éstos hay que reclamarles un poco de cordura por el bien de un buena convivencia.

Y desde luego en los eventos promovidos por lo poderes centrales del Estado, independientes gracias a la Constitución, y los tres poderes clásicos de las comunidades autónomas (Gobierno, Parlamento y Tribunal Superior) no debiera caber cesión alguna, salvo para el Jefe del Estado o autoridad comparable. El Poder Judicial así lo tiene establecido en su propia normativa y lo cumple a rajatabla y nunca cede salvo presencial Real. El Congreso y el Senado deberían incorporarlo en sus respectivos reglamentos, porque, por ejemplo, que la Presidenta del Congreso ceda al Presidente del Gobierno promueve la imagen de sumisión al Ejecutivo, y no se debe a él, sino al conjunto de los ciudadanos. Renunciar a su puesto en su casa, es despreciar a la soberanía popular.