Libro de ruta hacia el Colegio de Protocolo

Propuesta de primeros pasos para la creación de un Colegio Profesional de Protocolo y Eventos que obligaría a la reconversión de la Asociación Española en una federación nacional y la puesta en marcha de asociaciones en las comunidades autónomas, incluida Madrid.

En mi anterior artículo del 12 de abril hice referencia a la cada vez más extendida preocupación por el futuro de la denominación del profesional de protocolo, sus competencias y habilidades, el acceso a su ejercicio y la necesaria mayor visibilidad que hemos de darle para que sea conocida y reconocida y no se quede como un grupo se expertos que entiende sobre etiqueta, banderas u ordenación de autoridades. Muy lejos del auténtico valor de esta actividad: crear y desarrollar eventos que cumplan su función social, política y económica y contribuyan a la comunicación institucional y corporativa mediante la puesta en escena de objetivos y mensajes que generen un permanente diálogo de ida y vuelta, algo que las redes sociales favorecen. A raíz de aquel texto, se ha abierto una bienvenida reflexión sobre el modelo asociativo que desemboque en el tan ansiado colegio profesional, en un plazo no superior a los cinco años. Este nuevo ensayo centrado en la vida asociativa pretende aglutinar un conjunto de ideas que pongo en común para el sano debate e intentar construir una profesión con futuro.

Muchos técnicos, freelance y directivos de protocolo y eventos desean tener el colegio profesional, pero no sé si son muy conocedores de lo que implica y de los reajustes previos que deben realizarse a muy corto plazo, ni si son conscientes de la dificultad que supondrá fijar las condiciones de acceso a esta corporación de derecho público. Hemos de invitar a los interesados en primer lugar a leer bien la Ley 2/1974, de 23 de febrero, sobre Colegios Profesionales, modificada posteriormente por numerosas leyes y reales decretos tras la aprobación de la Constitución Española de 1978 y cuyo texto consolidado puede consultarse aquí. El artículo 1 de dicha Ley, apartado 1, señala que los “Colegios Profesionales son Corporaciones de derecho publico, amparadas por la Ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de sus fines”. Y en su apartado 2 se hace referencia a sus fines esenciales como son “la ordenación del ejercicio de las profesiones, la representación institucional exclusiva de las mismas cuando estén sujetas a colegiación obligatoria, la defensa de los intereses profesionales de los colegiados y la protección de los intereses de los consumidores y usuarios de los servicios de sus colegiados, todo ello sin perjuicio de la competencia de la Administración Pública por razón de la relación funcionarial”.

Colegio Profesional de Protocolo

Gráfico tomado del dossier explicativo sobre la organización colegial realizado por el Consejo General de Trabajo Social. ¿Qué son los colegios profesionales y para qué sirven?

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Protocolo para generar empatías

Hacer protocolo hoy ya no es sólo comunicar, aplicar normas y tradiciones. También es “empatizar”, generar empatías, es decir, conseguir que con tu evento “conectas” con tu público y éste contigo, que hay sintonía mutua. Ese es el gran cambio de la organización de eventos en el mundo actual. Las entidades privadas lo saben y pretenden buscarlo, y las instituciones oficiales han de empezar a pensar que lo más importante es el acercamiento por mutua aceptación. Por lo tanto el protocolo oficial está entrando en otra dimensión, en otra galaxia, que va más allá del mero cumplimiento de la norma. No pretendo para nada redefinir lo que es protocolo, pero sí queda cada vez más claro que el ejercicio de protocolo, incluso en los más altos eventos de Estado, tiene que concebirse la organización con una finalidad de llegar a los ciudadanos y clientes y lograr el “feeling” necesario para ganar en credibilidad y romper barreras. El diccionario de la Real Academia Española define la empatía como un “sentimiento de identificación con algo o alguien” y, también, como la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. De ahí los amplios cambios que en los últimos diez años se están produciendo en el ámbito de la organización y en el protocolo severo de Estado. Las normas están para cumplirse, pero éstas quedan condicionadas a la consecución de esta empatía. Ello obliga a hacer referencia a las denostadas frases de “romper el protocolo”, “saltarse el protocolo” o “hacer protocolo a la carta”. Algo que a los profesionales no les gusta demasiado porque pone en jaque los llamados “mínimos” y genera inseguridad porque da la sensación de que impera el “vale todo” con tal de conseguir lo que los promotores desean. Pero estas apreciaciones necesitan matizaciones.

Protocolo empatías

Los profesionales de protocolo somos auténticos directores de orquetsa en la construcción de relaciones humanas e institucionales

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El necesario cambio en la etiqueta en los actos oficiales en Palacio Real

Resulta chocante ver a la Ministra de Defensa en la Pascua Militar vestida con etiqueta de “Princesa” hablando en nombre de la Fuerzas Armadas en una ceremonia de Estado que por la vestimenta exigida perjudica claramente la imagen social de la Jefatura del Estado, la Familia Real y las altas instituciones del Estado, que por su forma se distancian de la sociedad real.

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“L​a celebración de la Pascua Militar constituye un solemne acto castrense con el que se inicia el año militar. En dicho acto se realiza un balance de las vicisitudes del año anterior y se marcan las líneas de acción que se desarrollarán en el siguiente. Además, se imponen condecoraciones militares a aquellos civiles y miembros de las Fuerzas Armadas que se han hecho acreedores de ellas durante el año vencido”. Así se afirma textualmente en la nota de la web oficial de Casa Real española que recoge la reseña de la celebración del acto y recepción con ocasión de la Pascua Militar celebrada en Palacio Real el pasado viernes 6 de Enero. Un acto que acredita una vez más la necesidad de que la etiqueta protocolaria para determinados eventos promovidos por la Jefatura del Estado en su sede oficial se actualice y modifique en beneficio de la imagen de la Monarquía, la propia Familia Real y del conjunto de las altas instituciones del Estado. Como siempre habrá quienes piensen lo contrario y por supuesto respeto, pero aquí reflejo mi opinión argumentada de por qué debe evolucionarse al respecto.

Como muchos sabrán, el origen de la Pascua Militar se remonta al reinado de Carlos III, cuando, el 6 de enero de 1782, se recuperó la localidad menorquina de Mahón, que se hallaba en poder de los ingleses. Como expresión de júbilo, Carlos III ordenó a los virreyes, capitanes generales, gobernadores y comandantes militares que, en la fiesta de la Epifanía, reuniesen a las guarniciones y notificasen en su nombre a jefes y oficiales de los ejércitos su felicitación.

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A su llegada a la Plaza de la Armería del Palacio Real de Madrid, los Reyes fueron recibidos por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy; la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal; el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido; el jefe de Estado Mayor de la Defensa, almirante general Fernando García Sánchez, y el jefe del Cuarto Militar de la Casa de Su Majestad el Rey, vicealmirante Juan Ruiz Casas.

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Tras los honores de ordenanza, la interpretación del Himno Nacional y una salva de 21 cañonazos, Felipe VI pasó revista a la formación de la Guardia Real. A su término. Posteriormente, los Reyes abandonaron la Plaza de la Armería para dirigirse a la Saleta de Gasparini, donde recibieron el saludo de las Comisiones del Órgano Central de la Defensa y el Estado Mayor de la Defensa, las Reales y Militares Órdenes de San Fernando y San Hermenegildo, el Ejército de Tierra, la Armada, el Ejército del Aire, la Guardia Civil y la Real Hermandad de Veteranos.

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Una vez finalizado el besamanos, Felipe VI y la reina Letizia, junto con las autoridades asistentes y los miembros de las comisiones accedieron al Salón del Trono donde tuvo lugar la ceremonia en sí que se inició con la imposición de condecoraciones por parte del Rey a distintos militares. Seguidamente se produjeron las intervenciones de la ministra de Defensa y del Rey. Finalizó este primer acto oficial de Estado del presente año con un vino de honor en el Salón de Columnas puso fin al acto.

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Chaqué y vestido largo

De acuerdo a la etiqueta señalada para esta Recepción las autoridades civiles debían acudir con chaqué (caballeros) o vestido largo (señoras) y los militares con la uniformidad de gala modalidad A (sin guantes ni gorra). De esta manera, el Rey acudió con el uniforme de gala de capitán general del Ejército del Aire, después de haber lucido el de la Armada en 2015 y el de Tierra en 2016. La reina Letizia, que ya acude puntualmente a esta ceremonia primero como Princesa y después como Reina desde 2005, optó por repetir un vestido que se había puesto por primera vez en 2014. En concreto, lució un vestido en doble crepe de lana de color verde ópalo, bordado en hilo y cristal en las mangas y los laterales de la falda, diseñado por el modista Felipe Varela.

El hecho de que la Reina repitiera modelo potenció que casi toda la atención visual se concentrara en la nueva ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, que asistía por primera vez a esta ceremonia de gala. Inevitablemente, la mayor parte de los medios de comunicación estaban pendientes de su vestido, su maquillaje e, incluso, el peinado de la nueva ministra. El motivo de este interés inusitado en el estilismo de una política era la polémica herencia que dejó la única mujer que le ha precedido en el cargo, la socialista Carme Chacón. La entonces ministra de Defensa (2008-2011) decidió acudir con un traje de chaqueta y pantalón de color negro, que el Ministerio de Defensa calificó como similar al esmoquin. A la controvertida polémica sobre su indumentaria se sumó un maquillaje muy marcado en los ojos, que también suscitó críticas.

La nueva ministra de Defensa cumplió la etiqueta recomendada para la ceremonia de gala y asistió con un vestido largo compuesto por un cuerpo de terciopelo verde oscuro -que con la luz interior parecía negro-, con un gran broche en el lateral del cuello, y una falda de tafetán brocado de color verde esmeralda. María Dolores de Cospedal completó su estilismo con zapatos de salón de color negro, un bolso de plumas y unos guantes negros, que llevaba al aire libre y se quitó en cuanto entró en el Palacio Real. Además, la ministra acudió con su peinado habitual y un suave maquillaje. En conjunto, “una apuesta nada arriesgada que se ajustaba perfectamente a la etiqueta de la ceremonia y que no robó protagonismo a un discurso en el que avanzó las líneas maestras de su Ministerio y le sirvió de presentación ante las Fuerzas Armadas”, según señala el diario ABC. Pero resulta obvio que el mero hecho de reflejarlo en su crónica, titulada por cierto “Cospedal se ciñe a la etiqueta en la Pascua Militar”, ya pone de manifiesto que tuvo más repercusión su forma de vestir que el propio discurso. Y a la hemeroteca de ese día nos remitimos donde encontraremos referencias continuas al respecto.

Resultaba claro que todos los medios de comunicación estaban más pendientes de cómo iría la segunda Ministra de Defensa de la historia de España que de las posibles palabras que pudiera pronunciar. La polémica suscitada en su momento por la primera Ministra lo convertía en inevitable.

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La etiqueta “Chacón”

En su momento, en este mismo blog, mostré mi opinión favorable a la decisión tomada por la ministra Chacón (me refiere a la etiqueta sin entrar en otros detalles de estilismo). No es que me gustase especialmente su vestimenta, pero sí el hecho de que no acudiera con un vestido de “Princesa” para esta ceremonia en la que hablaba en nombre de todas las Fuerzas Armadas. Me reafirmo en la misma opinión y más tras observar a la ministra Cospedal haciendo uso del atril con un vestido largo que parecía de todo menos Ministra de Defensa. No incumplió la etiqueta y fue respetuosa al respecto, pero la chocante puesta en escena debe servir para reflexionar por quien corresponda si la etiqueta (al menos para civiles) en determinadas ceremonias de Estado debiera cambiarse o actualizarse. Un cambio en la etiqueta que, por supuesto, afectaría por igual a la propia Reina u otros miembros de la Familia Real que puedan asistir.

Puedo entender (que no compartir) que de acuerdo a la costumbre y el contexto en el que se desarrollan las cenas de gala o de Estado en Palacio Real se solicite el frac para caballeros y el traje largo para señoras (o los correspondientes trajes nacionales para extranjeros), porque se trata de eso, de una cena. Pero, carece de sentido en los tiempos actuales que en ceremonias oficiales como la Pascua Militar o la próxima del Cuerpo Diplomático se pida una etiqueta que vaya más allá del traje oscuro y vestido corto. No son actos de tinte social, sino claramente oficiales de Estado que no deben desvirtuarse por el uso de una etiqueta ya caduca. Y conviene recordar que la etiqueta en este caso no la señala la normativa militar, ya que es un acto que convoca el Jefe del Estado en su sede oficial de Palacio Real, aunque sea también Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. Que en otros actos celebrados en diferentes sedes militares en ese día se solicite esa etiqueta me da un poco igual –aunque sigo viéndola inadecuada-, pero desde la Jefatura del Estado no tiene sentido alguno y daña más que favorece.

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Imagen inadecuada de las instituciones centrales

No le hace favor alguno ni a la Monarquía española y su Familia Real, ni al conjunto de las instituciones españolas, y a las propias Fuerzas Armadas, la solicitud de una etiqueta que ni los ciudadanos entienden y que traslada una imagen distante y diferente de lo que es la realidad institucional en el siglo XXI. Ver en esta Recepción Oficial, en la más importante ceremonia estrictamente militar del año, al Presidente de Gobierno de chaqué y a la Ministra de “princesita”, francamente me parece ya un poco ridículo por mucho que la tradición marque este forma de vestir. Creo que es hora ya de dar un paso en esta etiqueta que solo da “armas” a los contrarios del actual sistema monárquico. Las formas son también importantes para la monarquía encabezada por Felipe VI, que tantos cambios de fondo está introduciendo.

Si en el Día de la Fiesta Nacional, que es el acto de Estado anual más importante que se celebra en España, la etiqueta es de traje oscuro y vestido corto, ¿por qué en las recepciones de la Pascua Militar o del Cuerpo Diplomático se sube el rango de la etiqueta? Insisto, por mucho que pese la tradición al respecto, ésta debe evolucionar en el marco de los actos institucionales del Estado. Al mismo tiempo, harían un gran favor a la Ministra a quien de verdad se le vería más en su función al frente de las Fuerzas Armadas que como un maniquí de terciopelo de hadas hablando de las importantes misiones nacionales e internacionales de España realizadas por nuestros militares.

Ver videos en: http://www.abc.es/espana/abci-reyes-presiden-pascua-militar-5272856027001-20170106010006_video.html

El protocolo como “arma despreciativa” en el debate político

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A la izquierda la Presidenta de Andalucía, Susana Díaz, y a la derecha el Presidente del PP de Andalucía y líder de la oposición, Juan Manuel Moreno.

Estamos asistiendo en los últimos tiempos a un intenso debate político en España, no sólo sobre el gobierno y la elección de Presidente, sino sobre el propio sistema constitucional. Y son muchas las situaciones en las que el Protocolo se utiliza como un “arma despreciativa” hacia el contrario o contra las ideas que defienden otros. Podríamos citar las tópicas que desde hace varios años se vienen produciendo desde Cataluña (frecuentemente) y el País Vasco. En estos últimos días dos un poco más sonadas, protagonizadas por la Presidenta de la Junta de Andalucía, en el transcurso del debate del Estado de la Región, y por el Alcalde de Zamora a propósito de la Recepción de la Fiesta Nacional y el protocolo estipulado para la asistencia a Palacio Real.

Estas situaciones, para quienes defendemos nuestra honrada y sufrida profesión, o para quienes muestran su orgullo de haber alcanzado por méritos propios su título oficial en Grado en Protocolo y Organización de Eventos, no deben dejarse pasar y merecen la adecuada respuesta por parte de los órganos representativos profesionales y la protesta general, así como una severa reflexión del papel didáctico que debemos seguir realizando los profesionales del sector sobre el verdadero significado del protocolo en el siglo XXI. Continúe Leyendo…

Soy experto en Protocolo y profesionalmente organizo y dirijo eventos

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Parte de los asistentes al IV Congreso Universitario de Comunicación y Eventos celebrado en Madrid los días 10, 11 y 12 demarzo pasados.

Soy organizador profesional de eventos y para ejercer esta actividad preciso entre otras cosas tener amplios conocimientos de protocolo, pero también de comunicación, derecho, arte, relaciones públicas e institucionales, relaciones internacionales y diplomacia, publicidad, marketing, artes escénicas, restauración, tecnologías aplicadas, creatividad, ingeniería y otras disciplinas transversales. La profesión tradicionalmente conocida como Protocolo se ha quedado corta para definir realmente en la actualidad la profesión de quienes nos dedicamos a estos menesteres.

Esta es al menos una de las principales conclusiones a la que he llegado tras el IV Congreso Universitario de Comunicación y Eventos celebrado los pasados días 10, 11 y 12 de marzo en Madrid. Una conclusión que hemos compartido un buen número de los presentes. Bajo el reclamo #BuildingBrand, medio millar de personas nos reunimos para hablar de experiencias e inquietudes que vistas desde una perspectiva global nos ayude a seguir profundizando en la necesaria identidad de los responsables, técnicos, proveedores y auxiliares que nos dedicados a organizar eventos o a ser parte de la estructura organizativa de los mismos, ya sea en el ámbito oficial, empresarial, social, deportiva, académica, cultural o de la pujante industria del entretenimiento, entre otros sectores.

Este Congreso, más allá de aportar experiencias, nuevos conocimientos, reciclajes y contactos, ha servido para abrir oficial y públicamente el debate sobre lo que somos (que más o menos considero que todos lo tenemos claro, aunque hay resistencias sobre su definición o aceptación a progresar sobre el tradicional apellidos que nos ponemos de protocolo) y cómo presentarnos oficialmente ante la sociedad. Una cuestión ésta que ocupó el protagonismo de la última sesión del encuentro antes citado.

El debate equivocado

Existe una tendencia generalizada a rivalizar por las expresiones soy “técnico de protocolo” o “técnico de organización de eventos” o sencillamente “Técnico de eventos”. En mi modesta opinión estamos ante un debate equivocado porque son dos cuestiones diferentes que no se pueden equiparar. El Protocolo es una cosa y la profesión de quienes nos dedicamos a organizar actos o eventos en formato profesional es otra. Es cierto que existen determinados intereses por confundir al respecto(probablemente sin pretenderlo), liderados fundamental por una parte por estudiosos o investigadores y algunos blogueros, y por otra parte por profesionales del conocido hasta ahora “Protocolo Oficial”. Unos intereses lícitos que no vamos a discutir y cuyos resultados investigadores o divulgadores aportan luces interesantes. Pero insisto que desde mi visión personal, por supuesto siempre abierto al debate y a la discusión civilizada, estamos ante dos escenarios diferentes, aunque relacionados entre sí. Una dualidad que no debe convertirse en una guerra dialéctica y de descalificaciones (desde luego, paso abiertamente de ello).

Siempre que asoma a la actualidad el Congreso Universitario de Comunicación y Eventos, el hasta ahora encuentro de mayor impacto y seguimiento de todos los foros celebrados en España y en el extranjero (a las cifras de asistencia, inscripciones e impactos en redes sociales y blogs especializados, nos remitimos), otras visiones se asoman para reclamar o recordar que lo que allí se habla no es protocolo, y vuelven a la carga acusándonos injustamente de promover la inexistencia como tal del Protocolo. Transmiten la percepción de que defendemos que el “protocolo ha muerto”. No sé por qué, a mí personalmente muchas personas me han colocado la etiqueta de considerar que defiendo esa frase entrecomillada, y quienes lo dejan entrever es porque francamente poco me conocen y nada saben de lo que pienso al respecto (o no quieren saberlo).

Tampoco hay que ser pretenciosos y endogámicos aseverando que el protocolo está de nuevo de moda y que puja con fuerza, porque la realidad es bien distinta, desgraciadamente. Claro está que si lo importante es que se hable de protocolo aunque sea para mal, probablemente algo de moda estaremos. Pero no es positivo para la profesión que eso ocurra y más que algunos se intenten aferrar a él como único instrumento o herramientas de mejoramiento de las relaciones institucionales de nuestros organismos oficiales, cuando el problema tiene un origen claramente distinto a lo profesional.

El Protocolo sigue vivo aunque le pese a algunos

El Protocolo, y me refiero con esta palabra a nuestro Protocolo, el que afecta al ámbito de la organización de eventos y actos, a la existencia de reglas y técnicas fijadas por norma o consolidadas por tradición y costumbres inveteradas, ha existido siempre y seguirá existiendo, con independencia de quien gobierne las naciones o mueva los hilos del mundo. Algunos prestigiosos investigadores a quienes admiro por su talento y capacidad de análisis, encuadran el protocolo como “un conjunto de normas, usos y costumbres jurídicas que determinan el orden de celebración de un acto oficial”. En consecuencia lo sitúan en el ámbito estricto de las instituciones públicas, llegando más lejos en sus aseveraciones al decir que en sentido literal protocolo es el Protocolo oficial. Es decir, aquél que se ocupa de determinar la clasificación de los actos, su presidencia, la precedencia entre instituciones, tratamientos, honores y distinciones sociales propios de las instituciones y sus representantes, al igual que todo lo relativo a la simbología oficial. La Real Academia Española, en su última modificación del término (ya ha suprimido la referencia de regla palatina), define protocolo en su tercera acepción como un “conjunto de reglas establecidas por norma y costumbre para ceremonias y actos oficiales o solemnes” (una nueva inexactitud a mi entender, y espero que esto lo compartamos todos).

Creo que esta visión reduccionista del Protocolo a lo estrictamente jurídico o al derecho consuetudinario que afecta a lo oficial es insuficiente e inexacto y no se atiene a la realidad de los tiempos. A estas alturas, nadie duda que existe un protocolo para los eventos deportivos, para los actos empresariales e incluso para los propiamente sociales, y no debe desmerecerse que esas normas o reglas que se fijan o aplican en ámbitos diferentes a lo oficial no es protocolo. El hecho de que las normas puedan conferirse desde el derecho público para las instituciones oficiales, no implica que solo sea cosa de lo oficial. En el sector privado o no estrictamente oficial también hay normas, reglas y costumbres que aunque no vienen señaladas por decisión oficial, sí se determinan por la institución organizadora o por la entidad, asociación u organización nacional o internacional que promueve sus eventos. No son generalistas, por que se ciñen a su propio ámbito, pero no por ello les sitúa fuera del Protocolo.

Negar la existencia de un protocolo no oficial es mirar para otro lado

Negar por ejemplo que el sector deportivo no tiene protocolo en sentido estricto es ponerse de espaldas a la realidad. O afirmar que una empresa no tiene protocolo porque sus normas o procedimientos no emanen de las instituciones públicas es sencillamente mirar para otro lado. Los comités olímpicos, federaciones deportivas, corporaciones empresariales o entidades privadas que promueven espectáculos o entretenimiento general también tienen sus normas protocolarias, concebidas desde el derecho privado, y es tan protocolo como el oficial. La diferencia reside en el ámbito de la aplicación. Pero en ambas situaciones el protocolo existe y para mí tiene la misma legitimidad aunque cada uno, insisto, en su campo.

Es cierto que en el sector oficial la normativa debería ser de obligado cumplimiento en tanto las normas estén vigentes (desgraciadamente se da la incongruencia de que encima no se cumplen en un porcentaje muy alto), mientras que en el no oficial esa obligatoriedad puede acomodarse a lo que convenga en cada momento, aunque no siempre. Hay ámbitos no oficiales donde la norma tiende a la rigidez y a la perdurabilidad (Carta Olímpica por ejemplo, reglamentos de protocolo de federaciones, normas internas de protocolo en empresas, etc.). Es más, hay determinadas reglas no fijadas por derecho público que la sociedad observa como “Protocolo”, que son esas “normas” necesarias de cortesía o relación que se convierten en instrumentos necesarios para garantizar la convivencia (protocolo social).

El protocolo, una parte del evento

El Protocolo en consecuencia no es cosa solo del mundo oficial, sino una parte proporcional de cualquier tipo de evento que conlleve organización, planificación, precedencia, guión/escaleta, ceremonial, etiqueta… Por ejemplo, ¿alguien puede negar que los Premios Princesa de Asturias no tengan Protocolo en su versión más puritana? Pues conviene recordar que están promovidos por una Fundación privada. ¿Alguien puede negar que los juegos olímpicos no tengan Protocolo? Es evidente que sí, pero sin embargo sus promotores no dependen para ello del derecho público. ¿Alguien puede negar que la organización de un macro evento cultural carezca de un protocolo ya lo organice un ayuntamiento o una gran agencia de eventos o comunicación o marketing? Pues claro que lo tiene y no se asienta en el derecho público más allá del cumplimiento de leyes y normas que les pudiera afectar sobre ocupación de espacios, seguridad, etc.

Por lo tanto ese debate sobre el cierre competencial del Protocolo al ámbito estrictamente oficial para mí sí que es un tema muerto. Otra cosa, y eso sí lo defiendo, es que haya un Protocolo Oficial o de Estado, como hay un Protocolo Deportivo, un Protocolo Empresarial, un Protocolo Cultural o un Protocolo Académico –incluso en centros de formación privados-, por poner algunos ejemplos de sectores. Creo y comparto con los defensores de la denominada corriente jurídica, que el Protocolo se basa en reglas y normas, unas de procedencia oficial y otras no, pero igualmente válidas para quien organiza eventos.

El Protocolo Oficial no es obligatorio en el mundo no oficial

No debe confundirse que el Protocolo Oficial sea de obligado cumplimiento en todos los sectores donde participen los representantes de las instituciones públicas, aunque esté presente el mismísimo Rey de España o un jefe de Estado. El Ministro va siempre antes que el Alcalde porque hay un Real Decreto que lo establece. La bandera de España ha de ser la primera. En los eventos oficiales sí, pero en los privados no es obligatorio. No. Quienes defienden que el Protocolo solo es Protocolo Oficial, deberían tener en cuenta que el ámbito de la normativa protocolaria se acaba precisamente en la frontera institucional. Aunque exista un decreto que señale la precedencia del Ministro sobre el Alcalde, en un acto de empresa el presidente de la misma no está obligado a su cumplimiento, porque dicho Real Decreto restringe su aplicación única y exclusivamente al ámbito de los actos promovidos por las instituciones públicas del Estado, y la Ley de la Bandera habla de la precedencia de la enseña nacional en las instituciones oficiales, pero no obliga al resto de las entidades no oficiales. Eso no debe olvidarse.

Tampoco hay que obviar que la solemnidad es cosa solo de los actos oficiales, porque hay eventos muy solemnes en el ámbito privado. ¿No son solemnes los Premios Princesa de Asturias? ¿O la inauguración de los Juegos Olímpicos? ¿O las mismas procesiones de Semana Santa que programan cofradías privadas o dependientes de confesiones religiosas? Y así un sin fin.

Protocolo es un cosa; la profesión otra

Retomando el debate sobre “protocolo sí, eventos no”, o al revés, a la hora de definirnos no deberíamos entrar en esa dialéctica. Definir qué es Protocolo es una cosa y la profesión otra. Es como hablar de un balón de fútbol y de fútbol y quererlo comparar. La pelota es un elemento más del juego, imprescindible incluso, pero para que la competición se celebre es también absolutamente necesario que haya además jugadores, árbitros, porterías, reglas, tarjetas, líneas pintadas en el césped y por qué no público.

Con independencia de si la expresión Protocolo está ya desgastada o desacreditada en los tempos que corren, cuestión en la que ahora no voy a entrar, entre otras cosas porque es injusto que lo estuviera –siempre habrá Protocolo, aunque se vista de otro colorido-, el debate debe centrarse en lo que somos profesionalmente (más allá de lo que nos podamos sentir expertos. Puedo ser un experto en Protocolo, pero eso no indica que sea profesional del mismo. De hecho hay numerosos estudiosos e investigadores que acreditan notables conocimientos en la materia, que incluso han hecho o dirigido investigaciones o tesis muy meritorias, pero nunca han organizado un evento o un acto, ni oficial ni privado. ¿El no organizar eventos les desacredita? Para nada, al contrario. Su aportación es brillante –lo compartamos o no- y necesaria, y hay que felicitarse por ello y animar a que se siga en esa línea de búsqueda de cuerpo académico a una parte de las disciplinas transversales necesarias para organizar actos oficiales y no oficiales. Tenemos que acostumbrarnos a que nuestra profesión de organizadores no es patrimonio exclusiva de Protocolo, sino del conjunto de especialistas que hacen posible con sus conocimientos y experiencia la celebración del mismo.

El técnico de protocolo, un experto más en el organigrama organizador

En un acto oficial, tan importante es el experto en Protocolo como el responsable de Comunicación, o el que se encarga de la producción, o del catering o de las redes sociales, por ejemplo. Si todos estamos reconociendo la transversalidad disciplinaria que rodea la organización de un evento ¿por qué enrocarse que solo es Protocolo lo que hacemos? Miremos: en un acto o evento (utilizo ambas palabras porque hay tendencia a hablar de acto en el mundo oficial y de evento para el resto) el protocolo no supone más del 10 por ciento en término medio (datos de un solvente estudio realizado sobre 98 eventos oficiales y no oficiales de primer orden en España durante el primer semestre de 2015 para un Trabajo Fin de Máster que ahora avanza ya hacia Tesis doctoral). ¿Qué pasa con el 90 por ciento restante? Se lo lleva el resto de disciplinas que son necesarias aplicar y que obedecen a otros códigos diferentes al Protocolo. Todo esto noquiere decir que el experto en Protocolo pueda ser un espléndido director de organización o sencillamente un buen organizador (debería serlo).

El error conceptual de la industria de los eventos

No quiero ser injusto tampoco en el tratamiento de esta reflexión y dejar fuera de la misma a los que hoy alardean de la importancia de la industria de los eventos. Esta industria profesional (caso de Agencias de Eventos o de Comunicación o Relaciones Públicas o Marketing) o determinados consultores o freelance, pretenden hacer patrimonio suyo los eventos en general y son los primeros en defender que Protocolo es estrictamente lo que afecta al mundo oficial. El resto de los eventos (que es la gran tarta del negocio) es cosa ajena al Protocolo. Otro grave error conceptual, al igual que equivocar organización con producción.

No son conscientes de que sus eventos también se basan en protocolos (plural porque les afectan varios) y en ocasiones hasta el mismísimo Protocolo Oficial. Y desgraciadamente tienen un gran déficit en sus plantillas de personal capaz de resolver cuestiones protocolarias como tal. Mucho mejor les iría si tuviera en cuenta que en su estructura deberían añadir a su organigrama la expresión protocolo. Es absurdo, que re rivalice entre industria de los eventos y protocolo. Estamos ante sectores que se especializan, unos en eventos oficiales, otros culturales, otros deportivos, otros corporativos, etc. Lo que jamás se debe tolerar y así lo he dicho en foros públicos, es que la denominada industria se ocupe del gran sector productivo de eventos mientras los protocolistas o protocolarios como nos llaman nos tengamos que aferrar a banderas, precedencias y tratamientos. Claro está que a veces nosotros a través de nuestras redes sociales y blogs contribuimos a eso, pues nos limitamos en casi un 85 por ciento (dato calculado sobre 42 blogs entre septiembre de 2015 y febrero de 2016) a hablar de banderas, ordenación de mesas, precedencias, ceremonial…

Hay un claro juego de desprestigio de este interesado sector hacia los profesionales de eventos en las instituciones oficiales, porque saben que hay poco donde rascar (económicamente) y para pocos beneficios no merece la pena lidiar con políticos o instituciones que encima tardan en pagar. Ojo: yerran, porque las instituciones públicas han aumentando la contratación externa y los concursos para la organización de eventos oficiales (8% el pasado año y ya cerca del 16 % en lo que va del presente). Lo que tampoco entiendo es por qué los denominados profesionales de protocolo están ignorando esta tendencia. Estos profesionales ya deberían estar preparándose para convertirse en buenos profesionales capaces de gestionar la ya necesaria relación con proveedores externos (no ya en catering u otros campos que ha atendemos, sino los nuevos del sector de eventos propiamente dicho).

Organizador Profesional de Eventos (OPE)

En consecuencia y después de esta larga reflexión, pero que me parecía necesaria para dejar bien clara mi posición al respecto, debo declarar que la marca que considero propia del tiempo que vivimos en la de “Organizador de Eventos profesionales” (ODE) o si lo profieren Organizador Profesional de Eventos (OPE). Creo que las siglas favorecen la identificación de nuestro campo competencial. Personalmente me siento preparado para enfrentarme a organizaciones oficiales y no oficiales, aunque obviamente dentro de esta variedad hay que tender hacia la especialización (eventos oficiales, corporativos, deportivos, culturales, etc.).

Vamos irremediablemente hacia la especialización y eso es muy positivo. Creo que se acabó eso de pensar que un experto en protocolo es capaz de enfrentarse a cualquier tipo de organización. Otro error. Yo mismo me sentiría como un pulpo en un garaje si me encargan organizar de principio a fin una gran exposición o un evento cultural masivo o sencillamente una gran boda o una gran pasarela de moda. Me creo más especializado en sector oficial, pero también es verdad que como experto en protocolo puedo contribuir en el porcentaje que corresponda en otro tipo de eventos.

Soy experto en Protocolo y me siento orgulloso de ello, pero profesionalmente soy organizador de eventos profesionales. Esa es la frontera que pienso debemos tener todos muy clara. Un técnico de sonido es un experto en sonido, no puede decirse que sea un organizador de eventos, pero su papel es decisivo para que un evento salga exitoso. Y lo mismo diría del restaurador, del productor, del escenógrafo o de la azafata. Soy organizador, y dentro de las categorías profesionales, en mi caso, me considero más un director que coordinador o técnico o auxiliar. Por mi experiencia en organización durante más de 37 años, por mis estudios y formación y por la investigación y docencia que desarrollo me siento plenamente consolidado como un adecuado organizador integral, y ello sin renunciar a que igualmente soy experto en Protocolo.

El director de Organización es quien domina transversalmente todas las disciplinas y sabe gestionar y liderar

¿Por qué debatir entre Protocolario y Organizador como el más cualificado para dirigir una organización? Ambos pueden serlo, salvo que no acrediten conocimientos o experiencia más allá de una sola especialidad o algunas. Un experto en Protocolo no necesariamente está capacitado para ser director de organización de eventos por sus conocimientos específicos en esa disciplina. Ni tampoco un productor, o un comunicólogo o un relacionista o un marketiniano. Ojo, que aquí hay un injustificado intrusismo del que ni tan siquiera las mismas agencias poderosas son conscientes de que están contribuyendo a ello. Debemos empezar a ampliar nuestras miras y proyección, y creer de verdad que organizar es otra cosa diferente a hacer Protocolo, Marketing, Publicidad, Comunicación o Relaciones Institucionales o Públicas. Aunque evidentemente en la mayoría de los eventos deban tener en cuenta todas esas disciplinas. El director de organización debe tener conocimientos acreditados en estas materias, pero además ha de ser un gran gestor y administrador y un líder nato que sepa manejar adecuadamente sus recursos humanos y materiales. Cuestión que va más allá de ser Protocolista, Comunicador o Relacionista.

Necesidad de la unión y de un gran acuerdo profesional nacional

Debemos ir a un gran acuerdo nacional entre profesionales, no excluyente, y las asociaciones y universidades o centros de investigación y formación acreditados, deberían asumir esa función de integración y de motor. Lo veo difícil todavía, porque mientras sigamos pensando que en el ámbito de protocolo existen varias escuelas o corrientes intelectuales (jurídica, comunicacional y relacionista) no haremos más que aumentar la división. Todas esas corrientes son necesarias, incluso deberían consolidarse otras que están ya en ebullición, pero deben confluir profesionalmente (más allá de la ciencia pura o la investigación especializada como tal) en un mismo camino: somos ODE o OPE.

Esa es la realidad profesional del siglo XXI, y eso es lo que me está llevando a pulir los estudios oficiales de Protocolo y Organización de Eventos que bajo la mano de un equipo estupendo que he venido codirigiendo con la experta Gloria Campos, pusimos en marcha (pese a los recelos de algunas personas cualificadas, que por cierto afortunadamente ahora lo defienden) los estudios oficiales como una disciplina claramente diferenciada del Derecho, la Comunicación como tal y las Relaciones Públicas y el Marketing. Unos estudios que para habilitar profesionalmente deben sujetarse al principio de la transversalidad en las materias que ofrecen, pues queda acreditado que para organizar eventos hay que saber de Protocolo, de Comunicación, de Relaciones Públicas, de Marketing, de Publicidad, de Tecnologías, de Derecho, de Sociología, de Ingeniería, de Artes Escénicas, de Producción, de los idiomas aplicados y, por supuesto de Dirección, Gestión y Administración, solo por citar algunas de las disciplinas.

La oferta de estudios universitaria

Y en ese acuerdo profesional y nacional que nadie piense que hay intereses movidos por supuestos enfrentamientos entre escuelas, universidad o centros especializados. Estas compiten por sus públicos, tarea lícita, pero al margen de ello ¿qué sentido tiene entrar en batallas si en el fondo todos defendemos lo mismo, aunque cada uno le ponga su apellido? Desde luego eso pienso, porque de lo contrario me hubiera ahorrado todo este testamento. Tampoco es necesario que las universidades deban unificar sus titulaciones o denominaciones o programas. La oferta diferenciada enriquece y aporta. El nombre de un título no da nombre a una profesión. ¿O acaso hay alguna carrera de abogado o Procurador o Juez? Sencillamente parten del Derecho o Ciencias Jurídicas o como quiera llamarlo cada universidad y luego terminan profesionalmente llamándose por lo que ejerzan. Eso también algunos deberíamos metérnoslo en la cabeza.

¿De qué Colegio Profesional hablamos?

Vamos a hacer esto primero. Son nuestras tareas iniciales. Sin resolver esto antes, ¿de qué Colegio Profesional estamos hablando? Por cierto, si no somos ni capaces de Federarnos todas las asociaciones que acogen profesionales o aspirantes a serlo en este campo, ¿qué pretendemos hacer? Qué fuerza tiene la profesión, llámese como se llame cuando ni tan siquiera las asociaciones representan no más del 0,0001 de los profesionales?

Enfrentarse a todo lo expuesto en este largo texto, que no me he podido acortar porque me parecía necesario, es precisamente el reto que se propone asumir el reciente proyecto del Observatorio Profesional de Protocolo y Eventos, o como quiera denominarse finalmente, una vez se constituya finalmente con todos los que de verdad creen que pueden contribuir gracias a su experiencia, conocimiento o investigación. Tiendo la mano a todos y cedo el protagonismo al colectivo.

Lo escrito aquí es el compromiso con mi profesión que tanto adoro, aprecio y creo. ¿Y el tuyo? No tiene por qué ser el mismo, pero hay que posicionarse positivamente, con ganas de aportar.

Perdonadme si he sido largo, pero una cuestión tan seria no se resuelve en un blog serio sobre nuestra profesión en quince líneas. Solo pido que los detractores de esta teoría que sostengo sepan interpretar bien lo que digo, porque luego uno queda muy sorprendido de ver y oir cosas que nunca uno ha dicho. Creo que intento ser positivo y construir al margen de intereses concretos que en estos momentos no tengo más allá de sentirme bien dentro de una profesión claramente definida y aceptada.

Los Goya y el “contravestir” político

Políticos

De izquierda a derecha: Pablo Iglesias (Podemos), Pedro Sánchez (PSOE) y Albert Rivera (Ciudadanos), minutos antes de empezar la Gala de los Goya 2016.

Podíamos esperar del nuevo mapa político en España muchas cosas, como las que estamos viendo a propósito de las negociaciones para el futuro gobierno, pero para nada que la etiqueta en el vestir se convirtiera en un instrumento esencial en la comunicación política de nuestros líderes para salir lo mejor parados posible si finalmente no se llega a cuerdo alguno y deben repetirse las elecciones.

La presencia de algunos líderes políticos en la gala de los Goya del sábado se llevó llevó más protagonismo que la mejor película, Truman, de Cesc Gay. Pedro Sánchez no lució corbata (que usa frecuentemente en los momentos que se requiere) ni pajarita; Pablo Iglesias sorprendió con pajarita aparcando su camisa arremangada; Albert Rivera fue fiel a sí mismo y cumplió con el protocolo señalado; y Alberto Garzón tiró de la para él inusual corbata. Por su parte, el presidente del Congreso, Patxi López, por cierto protocolariamente relegado de forma descarada por el Ministro de Educación, Cultura y Deportes a una esquina, cuando era la autoridad de mayor rango presente y debiera estar al lado del anfitrión, optó por la corbata. La etiqueta masculina que señala la Academia del Cine Español para este acto es el esmoquin. Continúe Leyendo…

Nuevos tiempos para el protocolo institucional, incluso para el Real

Rey con IglesiasDon Felipe con el líder de Podemos, Pablo Iglesias.

Pese a quien le pese, para bien o para mal, el futuro próximo lo dirá, estamos ante nuevos tiempos para el Protocolo institucional. Las diferentes imágenes que los medios de comunicación nos han transmitido de la sesión constituyente del Congreso y del Senado, así como de las audiencias del Rey con los líderes políticos y las reuniones de éstos entre ellos mismos o en sus comparecencias ante los medios de comunicación, acreditan que poco seguirá siendo igual en el ámbito protocolario y comunicacional en el sector público. Podemos quedarnos quietos y acogernos al pensamiento de que todo volverá a su sitio, o que dependerá de cómo se conforme el Gobierno de la Nación; o también podemos, sencillamente, reflexionar que las urnas de forma indirecta nos han enviado otro mensaje a los expertos en protocolo oficial. Nuestra obligación es hacer también una lectura de ello, y no anclarnos en la tentación de señalar que este Protocolo ha enfermado por un virus de irreverencias, antiformas y rupturismo general. Continúe Leyendo…

Etiqueta para el “estreno” del Rey don Felipe VI

Gran Etiqueta Rey

Uniforme de Capitán General de los tres ejércitos, la denominada Gran Etiqueta. Fotografía oficial de la Casa de S.M.

 

Los medios de comunicación, las redes sociales y los propios expertos hablamos en los últimos días mucho a propósito de la etiqueta que debiera utilizar don Felipe de Borbón en su ceremonia de proclamación como Rey ante las Cortes Generales, el próximo día 19 de junio. El debate está en la calle, además del consabido referéndum si/referéndum no. La cuestión es si el futuro monarca debe acudir al Congreso de los Diputados ataviado de uniforme militar en cualquiera de las versiones a las que tendría derecho o de civil –chaqué/traje-. La cosa tampoco es baladí, ni frívola. Tiene su importancia en el marco de la simbología y su proyección. Es, además, una foto para la historia que permanecerá en el tiempo.

Los defensores de la etiqueta militar se apoyan en dos criterios: el primero y más argumentado es que don Felipe se estrena en ese día, por mandato constitucional, como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas; y el segundo, porque recoge el testigo de su padre que en el 1975 fue vestido de Capitán General del Ejército. En su contra, los partidarios de la etiqueta civil, como el que suscribe, entienden que el acto de Las Cortes es eminente civil, aunque se rindan en la carrera de San Jerónimo honores antes y haya desfile militar después. Pero esos son actos complementarios, que se dan por la condición de Rey, no porque lo exija la ceremonia. Para ello se puede recurrir a los antecedentes de todas las visitas oficiales realizadas en democracia por don Juan Carlos al Congreso, siempre de civil y siempre recibiendo honores militares. Y si es civil lo que corresponde es la indumentaria civil.

Los argumentos aceptables en democracia a favor de lo militar se agotan ahí. Los criterios favorables a lo civil aportan otros como la conveniencia de que la monarquía que encabezará don Felipe ofrezca desde el minuto cero otro estilo protocolario de Rey acorde con los tiempos. Cuando se apela a este argumento, los defensores de lo militar se ven agraviados al considerar que se deja en entredicho la dignidad de las Fuerzas Armadas como si fueran negativas para España. Tampoco es así.

La sombra del Generalísimo

Sin cuestionar las garantías de normalidad y estabilidad en el relevo que son esenciales en estos momentos, la ceremonia de don Juan Carlos en 1975 se producía en un marco diferente, bajo una normativa distinta, en medio de una decadente dictadura, y con un sentimiento popular importante a favor del general Franco, cuyo cadáver a la misma hora era objeto de homenaje por miles de ciudadanos. Y con los cuarteles en estado de alerta. Durante más de cuarenta años de Generalísimo, era impensable que el nuevo Rey –no constitucional entonces, sino fruto de la Ley de Sucesión creada por Franco “ad hoc” y que posibilitaba la instauración/restauración de la monarquía tras un largo paréntesis- acudiera de otra forma diferente que vestido de militar.

Por otra parte, tampoco, debe argumentarse a favor de la prenda civil el antecedente de la jura de la Constitución por el Príncipe en su mayoría de edad en 1986 que se presentaría en el Congreso vestido de chaqué. No sirve de antecedente sólido porque ni era Rey, ni Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas.

Por lo tanto los antecedentes se nos antojan fuera de lugar y no válidos. Recurrir a siglos atrás tampoco tiene sentido en la España del siglo XXI. Las tradiciones cuando afectan al ceremonial de Estado deben estar sujetas a constantes actualizaciones, sino queremos quedarnos en imágenes trasnochadas y en algunos casos cómicas. No hay una normativa al respecto que obligue a una u otra prenda, siendo facultad única del futuro Rey determinarla, al igual que doña Letizia deberá hacer con su ropa, y ambos padres con respecto a la de sus dos hijas. Pueden recibir consejos, como en todo, pero la última palabra es suya. Por eso cobra más valor la decisión que se tome en un sentido o en otro.

Debe dejarse claro que para recibir honores militares o presidir un desfile tampoco hay que ir uniformado. De hecho tanto don Juan Carlos como don Felipe han presidido ceremonias de este tipo sin traje militar y todas las autoridades civiles a las que se rinden honores, como Presidente del Gobierno, Reina, infantas o el propio Ministro de Defensa no pueden ponerse el uniforme militar (porque no lo son), pero reciben igualmente los honores, tal y como señala el Reglamento que regula este boato.

A partir de estos argumentos y criterios, nada más se puede añadir salvo las opiniones personales que cada cual tenga. Lo idóneo para quien suscribe es que don Felipe VI acuda de civil. Sin embargo, es comprensible que la Casa de S.M. haya aconsejado la opción militar, pues acudir de chaqué podría trasladar una imagen de cierta aristocracia, distanciamiento social o pompa. Rompería esta opción la sobriedad que se pretende y pudiera confundirse la ceremonia con otro tipo de evento más festivo, que no es el caso. La proclamación de un Rey no es un acto festivo, sino sencillamente un solemne relevo que ha de interpretarse como fruto de la estricta aplicación de la normativa vigente, y en consecuencia no tiene sentido alguno más boato que el que se derive del acto institucional en sí. En cambio, recurrir a la prenda uniformada libera de esa aparente imagen de gala que proyecta el chaqué. Se verá socialmente como más normal el uniforme de gala de Capitán General o el de Gran Etiqueta (color azul, que el Rey ya utiliza en determinados actos oficiales como la ceremonia de entrega de Cartas Credenciales), que disimula algo más la imagen militar.

Ni militar, ni chaqué

Desde el punto de vista de protocolo estimo necesario que el nuevo Rey ofrezca una imagen diferente, más joven, más indicativa de su compromiso social con los españoles y la prenda militar no ayudará visualmente a comunicar esa intención. Don Juan Carlos se llevó para la historia la imagen militar de su primera foto oficial como Rey (a la que hubo de recurrir en significativas ocasiones como el 23 de febrero de 1981). Es probable que a los periodistas y consumidores de noticias de glamour y de buena etiqueta agradezcan la uniformidad de gala militar porque obligaría a que doña Letizia deba utilizar vestido largo que da más juego y seguramente recurrir a la diadema real de turno.

La prenda idónea para estos tiempos es en nuestra opinión el traje oscuro y corbata para el Rey, y un vestido corto para la Reina. Ni chaqué, ni uniforme militar, ni vestido largo. La monarquía del siglo XXI pide nuevas formas. El traje oscuro, como usan los representantes democráticos de los poderes del Estado cuando acuden a jurar o prometer su cargo. ¿Por qué ha de ser diferente para un jefe de Estado, aunque sea Rey? Tampoco miremos a las casas reales europeas porque afortunadamente para nosotros en estas cosas de gala y ceremonial son otra historia no comparable.

El debate si queremos una foto de postal o la imagen de un don Felipe que jura la Constitución, aprobada por la ciudadanía en 1978 (acto que le compromete en cada uno de los capítulos y epígrafes de la misma a seguir trabajando por España y los españoles desde su nueva condición) está servido. Cada cual tendrá su postura y sus razones, y todas deben ser respetadas. Pero que nadie diga si lo correcto es esto o aquello, porque no hay regulación, ni tradición admisible al respecto. Es la voluntad del Rey la que se impondrá finalmente en la cuestión y para nosotros, meros observadores, se nos reserva las lecturas y conclusiones que podamos obtener, precisamente en un acto donde todos los gestos y detalles serán examinados con lupa e interpretados libremente. Por lo tanto no es irrelevante la cuestión.

Mi convicción personal pasa por ver a don Felipe por primera vez de Rey con una etiqueta que le sitúe cerca del pueblo, al margen de los cuentos de hadas y alejado de la imagen de jerarquía o poder. Un jefe de Estado monarca moderno tiene hoy más que nunca, y especialmente en España donde no hay una cultura sólida de lo que realmente representa la monarquía, la necesidad de mostrarse cercano a un pueblo muy quemado por la crisis económica y política. Que veamos, de verdad, en don Felipe esa figura que pueda trasladarnos la idea de que aún hay esperanzas para la regeneración de la imagen institucional en su conjunto.

La etiqueta oficial y social del siglo XXI está por llegar

Al pasar por el kiosco para comprar mi periódico diario, los ojos se me fueron enseguida al titular de una revista muy conocida que en grandes caracteres titulaba: “¿Qué es Cool hoy? EL NUEVO PROTOCOLO. Tocados, pelo suelto, colores pastel, brazaletes, algo dorado…y un toque barroco”. Aunque el tema está centrado en el nuevo look que las novias buscan ahora para “The Big Day” (“Es época de cambios; las novias buscan otras fuentes de inspiración y reinventan su estilo”, cita textual del antetítulo del reportaje en páginas anteriores, que precede en grande a “El nuevo protocolo”).

No voy a hablar del cool de las novias, que en su derecho están de sentirse más modernas con su toque personal -por cierto, parece ser que el tocado logra más fácilmente ese propósito que el velo o el peinado a secas-. En el día de su fiesta y compromiso, que lo celebren a su manera y como mejor lo deseen. Nada que decir.

 

Sin embargo, a propósito de lo visto en esta Revista, resurge la necesidad de seguir reflexionando sobre los aspectos de la etiqueta que rodean al mundo del protocolo, ceremonial y los eventos en general. No comparto para nada que a la etiqueta se le llame protocolo, aunque es cierto que ambos comparten espacios y eventos, por lo que no hay que demonizar para nada la etiqueta, ni para actos oficiales, ni empresariales ni sociales. Es un tema del que hay que hablar y reflexionar, porque efectivamente estamos en un mundo sometido a cambios permanentes y la etiqueta no se queda al margen.

 

En muchas ocasiones la etiqueta se utiliza como un factor de distinción, ya sea personal o social.  Cada persona, en su concurrencia pública, allá donde vaya, busca una etiqueta que considere acorde con su propio estilo, o le resulte cómoda o adecuada para su actividad. Esa etiqueta personalizada, esa que cada mañana decidimos tras la dicha despertadora, es cuestión de cada persona y tampoco queremos entrar en ello. Pero en cambio, sí quisiéramos hacer una reflexión general sobre la etiqueta que afecta al mundo de los eventos.

 

Hemos defendido en numerosas ocasiones que indicar en una invitación la etiqueta alivia a muchos invitados a la hora de encontrar la ropa adecuada, la que no desentonaría, a la que cada uno luego puede darle su toque de distinción personal acorde a su identidad o imagen. Sin embargo, creo que en muchas ocasiones se fuerzan mucho etiquetas para eventos donde no sería necesario ser tan rigurosos. Incluso llegan a despersonalizarlo y a perder su propia identidad y objetivo. Parece que un acto sino se pide el traje oscuro para caballeros y el corto o de cóctel o largo para señoras no tiene el empaque que el anfitrión le quiere dar. Algo para nosotros absurdo. Y qué se puede decir cuando se piden etiquetas a las que muchos deben de recurrir a tiendas de alquiler para salir del paso, como el esmoquin, el chaqué o el frac.

 

Insistimos en no demonizar etiqueta alguna, sino solo reflexionar. Por ejemplo, se nos ha hecho muy extraño que en la tradicional cita veraniega en el Palacio de Marivent, en Palma de Mallorca,  el pasado 14 de agosto, del Rey -que pasa allí sus vacaciones- con el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ambos concurrieran con corbata. No digo que sea incorrecto o adecuado, ni mucho menos,  sino que se hace raro que mientras la España estival, entre olas de calor,  hicieran su reunión de trabajo con traje y corbata, como si fiera pleno invierno en La Zarzuela. Soy consciente que con estos atuendos se pretende transmitir una imagen de trabajo, ya que de aparecer en mangas de camisa o sin corbata pudieran entenderse que ambos se han juntado para pasar un día de playa. Pero la gente que ve la imagen no es tan tonta.

 

Personalmente, creo que políticos, empresarios y otras personalidades que dan por hecho que allá donde vayan oficialmente han de hacerlo en corbata, caso de hombres, o su correspondiente en las mujeres, es algo que debiera de irse asumiendo en su no obligatoriedad. Hemos estado unos días de vacaciones en un lugar costero conocido del sur de España, y encontrarnos con algún ministro, conocido empresario o alto directivo, caminando por el paseo marítimo o cenando en una terraza con su pantaloncito corto, sus chanclas y su polo (a cual más divertido). Incluso, ante algún conocido decirle “casi no te reconozco con esta ropa”, a lo que nos respondió: “Lo importante de las vacaciones es olvidarte del traje y la corbata”. La respuesta tiene sentido, pero inmediatamente uno se dice: pero si es la misma persona e incluso va más jovial y elegante.

 

Aunque es evidente que en el ámbito institucional y de los negocios no puede uno vestir igual que si estuvieran en la playa, pienso que en el caso masculino nos hemos aferrado excesivamente a la corbata como una prenda obligatoria de la que no se puede prescindir porque  pues vas a considerar que te mirarán raro en ese entorno. No compartimos para nada la obligatoriedad que nos imponemos para utilizar estas prendas clásicas, salvo en los claros casos que lo justifica. Para mí Mariano Rajoy es el mismo que acude a ver al Rey en corbata o que al día siguiente asiste a un mitin sin ella o sencillamente en mangas de camisa (y decimos Rajoy como podríamos decir cualquier político).

 

Es evidente que estamos en un mundo en cambios y que la crisis ha acelerado drásticamente muchas cosas. Los políticos se azaran enseguida en anunciar sus recortes en gastos de protocolo, pero siguen mostrándose distantes con gran parte de la sociedad que les ve en el “club de los corbata”, esos que tienen trabajo, ingresos suficientes, que parecen más poderosos, que se sitúan por encima de los demás. No debe renunciarse insisto a la etiqueta cuando el guión lo exige, pero se abusa mucho de determinadas prendas de las que se podrían desprender en numerosas ocasiones. Parece incluso que la corbata va con el capitalismo, porque en otros países que dicen ser contrarios a él, se han deshecho sus políticos y empresarios de esta prenda, a la que solo recurren -y no todos- cuando conviene en las relaciones internacionales o en los negocios. Y con la crisis hoy los políticos y empresarios deberían pensar en cambiar la estrategia de su vestimenta.

 

Es probable que a muchos se les haga duro pensar que debemos dar pasos hacia una etiqueta nueva, propia del siglo XXI. Creemos que en las comidas o cenas oficiales o similares no oficiales el frac, el chaqué o el esmoquin está ya fuera de lugar en estos momentos. Creemos que la corbata como uniforme permanente de trabajo -en cualquier lugar- no siempre está justificado. Nos alegra ver a personalidades y hombres de negocios con atuendos alternativos, elegantes y apropiados, pero lejos de esa uniformidad que ya es del siglo XX. Vemos una frivolidad que en muchas bodas testigos e invitados tengan que llevar el chaqué y todos los invitados pasarse antes por la boutique de marca para dejarse como mínimo sus trescientos euritos, que unido al regalito sube un pico. Y además, es absurdo. Lástima que incluso en las más jovencitas se haya introducido ese afán de que a las fiestas haya que ir vestidas “de protocolo” o de “glamour”.

 

Esta sociedad sufre permanentes vaivenes en cuestiones de moda y etiqueta. Cuando lo” cool” se pone de moda lo clásico pierde valor. Cuando quieres distinguirte un poco más juegas entre el “cool” y el “retro” o lo clásico. El asunto es marear la perdiz. Sin embargo, en el ámbito de los eventos, de todo tipo, la etiqueta del siglo XXI no termina de encontrar su hueco. En el caso de los hombres la corbata deja de tener valor porque es lo habitual, y aunque las mujeres tienen mayores vías de escape algo parecido está ocurriendo. Por eso el caso de ellas las marcas encuentran su agosto ofreciendo nuevos estilos para ser más “cool” sin renunciar a ciertas cosas clásicas, mientras nuestros políticos y empresarios siguen ahogándose en su corbata o en su chaqueta falta/pantalón. Estamos convencidos de que la etiqueta de este siglo está por llegar, y confío que los inventores de la moda no frivolicen y sepan capaces de sacarnos de un atuendo que estimamos ya antiguo.

 

Somos conscientes de que reflexiones de este tipo tendrán sus defensores y detractores. Nos hemos limitado a trasladar nuestras impresiones y algunos razonamientos, porque es un tema al que hay que empezar ya a coger los toros por los cuernos. Y que los fabricantes de corbatas no se enfaden, pero que potencien alternativas dignas de nuestro tiempo (que ya hay muchas, aunque en este mundo al que nos referimos no ha calado aún). Pero como todo, al tiempo.

“Laicismo” y “civilismo”

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Claro. Ayer fue el día del Corpus y con la novedad de ver a la señora Cospedal, exultante Presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, con peineta y mantilla en la procesión del Corpus, se me vinieron a la cabeza muchas cosas. Porque cuando ves algo, es como las redes sociales, se empiezan a asociar unas con otras, aunque a veces sean contradictorias.
Por ejemplo, me llama mucho la atención el cada vez mayor número de eventos oficiales donde hay un “toque” religioso (bendición, invitación al arzobispo u obispo, misa, etc.). Vengo siguiendo con especial interés este tema (no es la primera vez que lo publico) y aparecen situaciones donde los hechos demuestran claramente que los partidarios de la laicidad tienen alguna razón.
Pero hoy no quiero hablar de eso. Quiero en pocas palabras decir que también me llama la atención cómo desde el punto de vista de protocolo estamos fomentando (perdonadme porque creo que esta expresión no existe, pero seguro que se entiende) el “civilismo” de hechos netamente religiosos. El otro día leía cómo el hijo de una famosa era “bautizado” pero solo socialmente, pues para nada recibía el agua bendita sobre su cabeza. Me sigue llamando la atención que cada vez son más los niños que no hacen la primera comunión, pero tienen su fiesta particular… Y las bodas civiles que siguen el formato de las religiosas, por mucho que se retiren crucifijos o casullas.
Los partidarios del laicismo a veces se pasan en sus argumentaciones y pretensiones. Pero los que “civilizan” hechos netamente religiosos también mean fuera del tiesto. ¿Por qué si uno no es católico tiene que buscar alternativas sociales a hechos que forman parte de una religión? No entiendo por qué el estado legisla sobre funerales de Estado basando sus contenidos sobre formatos religiosos. No. El Estado debe crear sus propias ceremonias, lejos del formato religioso. Luego que los familiares entierren a su ser querido como deseen. ¿Por qué las novias tienen que ir de blanco largo al Ayuntamiento?
A veces todo esto suena a cierta farsa social… Unos y otros tenemos mucho que aprender. Y las instituciones tienen que aprender que en Protocolo hay que irse distinguiendo de los formatos religiosos a la hora de ofrecer posibilidades alternativas. Porque misa a parte, cuando voy a una boda municipal no dejo de pensar que prácticamente es lo mismo de la Iglesia. Y sólo me estoy refiriendo a los formatos, no a la legislación.