El futuro de la profesión de protocolo

Nuestra profesión no se ha sumido de verdad en un debate abierto de lo que es protocolo o lo que no debería entenderse como tal. Tampoco se ha metido de lleno y en serio en cómo “titular” públicamente el ejercicio profesional de organizadores de eventos y responsables de velar por el protocolo –institucional o corporativo- adecuado en cada ocasión. Esa reflexión grupal resulta necesaria y, en cierto modo, urgente, especialmente ahora que se están consolidando los estudios oficiales universitarios en la materia y, aunque parezca lo contrario, los avances en el reconocimiento institucional y empresarial han crecido exponencialmente en las dos últimas décadas. Aunque muchas empresas, organismos públicos y determinados partidos políticos huyen de la expresión protocolo, nadie debe engañarse que la función de organizar eventos está presente en todos ellos, aunque gusten de llamarla de otra forma, o cobijarla con expresiones aparentemente más modernas como relaciones institucionales, responsables de eventos, etc., o bien incluirla dentro del gran paraguas de la dirección de comunicación corporativa o institucional. Lamentamos también que algunos políticos o directivos “desprecien” aparentemente la figura del profesional de protocolo, pero se hacen más daño ellos pues somos absolutamente necesarios en el desempeño diario de las relaciones internas y externas. Incluso, en ocasiones, garantizamos la estabilidad institucional cuando se producen relevos entre los altos mandatarios. En cualquier caso también debemos plantearnos una reflexión a fondo de por qué se generan estas opiniones que pueden llevar a desenlaces no deseados. En esta Semana Santa seguro que podremos sacar algún tiempo para meditar o hablar de todo esto con los colegas más próximos.

Permitidme esta reflexión sesuda pero la inquietud del tema lo requiere.

¿Peligro de extinción?

Es evidente que, más allá de las altas instituciones del Estado, comunidades autónomas o grandes entidades locales, el profesional de protocolo está siempre en el punto de mira, porque indudablemente protocolo se sigue asociando hoy precisamente a lo que no es. Una expresión que ya pocos empresarios o políticos compran como “marca” para un puesto de trabajo. La batalla será difícil de ganar, salvo que evolucionemos el término y lo adaptemos a la realidad de hoy. Sé que algunos compañeros no concuerdan con esta opinión y lo entiendo, pero pienso que deberíamos ser realistas y dar un paso al frente con propuestas sensatas, bien argumentadas y viables política y empresarialmente. No nos hace favor alguno leer entrevistas de diferentes técnicos que hacer valer algo que tampoco nos define: “El protocolo es aplicar el sentido común”. Obviamente, como para ser padre, hijo, ingeniero, médico… Pero, ¿cuántas personas con sentido común meten la para a la hora de organizar un evento? El protocolo es mucho más que el sentido común, así que dejemos de hacer bandera de algo que debe estar presente en toda la sociedad. No es el eje fundamental de cualquier profesión, aunque obviamemte sea necesario tenerlo en cuenta en todas.

Me ciño a un ejemplo que se repite (con ello no quiero decir que sea lo habitual, pues hay honrosas excepciones): una gran empresa debe organizar un evento y el primer paso camina en dirección al servicio de comunicación corporativa. Definido lo que se puede hacer (fase creativa y estratégica) se pasa al servicio de eventos institucionales para que se de forma a la acción. Es decir, cada vez nos orillan más a la estricta producción o puesta en escena, en la que pueden dejarnos desarrollar algunos aspectos estrictamente protocolarios que no siempre son a priori relevantes para el empresario y sus altos cargos, que optan por otro tipo de ordenaciones, a veces no legales o que generan malos efectos colaterales. En la Administración, poco a poco y sin que nos demos apenas cuenta, comienza a extenderse esta forma de hacer, lo que sitúa a los técnicos de protocolo en un posible proceso de extinción o con suerte en simples “auxiliares” o “técnicos” de escasa influencia.

La visión de los periodistas

Entre tanto, como señalo, las asociaciones profesionales de toda España se agarran a la expresión protocolo –algunas también a relaciones institucionales-, y apenas se contempla la de organizadores o/y gestores de eventos (por mucho que la totalidad así nos consideremos). Por eso enseguida nos ofenden expresiones como “saltarse el protocolo” al que se agarran los periodistas, o que confundan gastos de protocolo con los de representación o que las esposas del segundo y tercer heredero británicos hagan añicos el protocolo cada vez que no siguen lo acostumbrado. Nos llaman a las tertulias televisivas cuando la Reina lleva un escote con la banda de una condecoración cosida en su borde o cuando el Presidente se equivoca en los mal entendidos besamanos de Palacio. Pocas veces nos llamarán para que desde nuestros conocimientos protocolarios tratemos de ayudar a entender al público un acto o una ceremonia oficial a través del protocolo señalado. Si los periodistas tienen una visión corrompida del alcance de nuestra labor, ¿qué podemos opinar de muchos políticos –especialmente los más jóvenes- que consideran el protocolo una cuestión de alfombras, palacios y orden jerárquico? Es más, el protocolo corre el injusto peligro de ser considerado como algo propio de la derecha ideológica. Para la izquierda es un puesto a extinguir “porque su ejercicio institucional no requiere de sus servicios”, aunque obviamente no pueden renunciar a la necesidad de programar eventos y conseguir una perfecta organización.

El problema reside entonces si la palabra protocolo nos ayuda o nos perjudica. Lástima llegar a esta dualidad, pero es la triste realidad. Algunos servicios institucionales conservan la palabra para sus profesionales, pero otros muchos prefieren dorar la píldora con algo más de hoy como por ejemplo “Protocolo y Relaciones Institucionales”, “Protocolo y Organización de Eventos” y una larga de relación de denominaciones en las que parece subyacer que lo fundamental no es el protocolo sino el apellido que se ponga. Lo mismo ocurre con la denominación de los estudios oficiales universitarios que se ofrecen en España que aunque conservan en su mayoría la palabra añaden como título otros vocablos como relaciones institucionales, organización de eventos, producción o comunicación corporativa.

Las claves de la denominación en los estudios universitarios

Este error de salida en la creación de los estudios obedecía a tres factores claves:

  1. La Agencia Nacional de la Evaluación y Acreditación (ANECA), actualmente adscrito al Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, no daba paso a una carrera estrictamente de eventos porque erróneamente entendía que las competencias ya se contemplaban en los estudios de Relaciones Públicas. Sólo la inclusión de la palabra protocolo parecía dar más autonomía a estos estudios en opinión de los doctores eruditos de la Agencia, porque detrás estaba el derecho y la existencia de publicaciones e investigaciones que aportaban cuerpo académico.
  2. Inicialmente la palabra protocolo resultaba más comercial a la hora de atraer jóvenes estudiantes que llegaban a la universidad con el sueño de trabajar en la Casa del Rey o atender los grandes eventos diplomáticos o de Estado o producir una gran convención de empresa. Con el fuerte desarrollo de la industria de los eventos, que en tiempo record ha alcanzado en nuestro país una visibilidad llamativa espectacular –gracias al crecimiento de las grandes agencias y al tamaño de los eventos y sus sofisticadas tecnologías y presupuestos-, la expresión de organización de eventos (a la que si se añade marketing y comunicación resulta más vendible) fue cobrando fuerza en la demanda de estudios hasta el punto de que numerosos postgrados renunciaron a la expresión protocolo porque vende más eventos. Hoy la mayoría de estudiantes han llegado a nuestros centros de formación interesados por el sector de los eventos y muy pocos por el protocolo como tal (aunque luego descubran otro mundo).
  3. La decisión del entonces Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, bajo la presidencia de Rajoy, dio carpetazo al asunto cuando en la ampliación de estudios en los grados superiores de Formación Profesional se negó la creación de una oferta específica en Protocolo y , en cambio, se autorizó la de Eventos, que en breve plazo se añadirá a la oferta pública. Éste fue un duro golpe que paró muchas expectativas de reconocimiento oficial a afectos de epígrafes para autónomos, o sencillamente para inscribirse como tal en el paro. Ha dejado, además, sin argumentos a los profesionales frente a la Administración, por mucho que de vez en cuando nos lleguen buenas noticias como los últimos nombramientos en la presidencia de la Junta de Andalucía.

Si las empresas y las instituciones siguen por el camino actual; si los periodistas ven al protocolo como algo que hay que saltarse; si sólo se nos reclaman opinión mediática cuando hay alfombras o vestidos; si la presente y futura generación de profesionales que actualmente se preparan piden más eventos y menos protocolo; si los propios profesionales hablamos que la virtud más relevante es tener sentido común… ¿alguien tiene dudas de los derroteros en los que entrará la profesión en pocos años?

La aspiración de la colegiación

Los profesionales en los últimos años, especialmente a raíz de la oficialización de los estudios, nos hemos agarrado como un clavo ardiendo a la necesidad de conseguir de la Administración un Colegio Profesional de Protocolo (con los apellidos que se quiera). Sería magnífica su existencia, pero las posibilidades son bajas, por no decir que improbables. En primer lugar porque tienen que aprobarlo los parlamentos regionales –es decir, los políticos- y poco recorrido veo en ello. Si los periodistas, cuya profesión es muy cuidada por los gestores públicos, se han visto con multitud de problemas para lograrlo y se han quedado lejos de sus objetivos acerca del acceso a la profesión, a qué podremos aspirar nosotros los “protocolarios”. Estamos de acuerdo que sería magnífico lograr el colegio y convertirse en una “Corporación de Derecho Público, con personalidad jurídica propia y con plena capacidad para el cumplimiento de sus fines y el ejercicio de sus funciones”, así como poder intervenir activamente en los problemas creados por el intrusismo profesional y la competencia desleal, actuar como mediador en conflictos profesionales o “sancionar infracciones contra el Código Deontológico”, o ser el único interlocutor aceptado ante las instituciones públicas para asuntos relacionados con la profesión. Pero con sensatez y realismo, ¿es factible que en este país se apruebe un Colegio Profesional de Protocolo, en el que se obligue a tener los estudios adecuados y se permita luchar contra el intrusismo, entre otras vitales competencias? No somos ni capaces que un simple Real Decreto, el 2099/83 de Ordenación General de Precedencias en el Estado, sea actualizado tras casi 40 años , ¿vamos a lograr el Colegio?

Ojalá se consiga; soy el primer defensor, pero también quiero ser muy sensato. Quizá necesitemos mucho más tiempo y explicar bien la necesidad de esta profesión en la sociedad actual como generadora de imagen de país y de marca, vertebradora gentes e instituciones y veladora del sentido de la institucionalidad que lucha contra el uso partidario de aquellas.

¿Quiénes podrían entrar al Colegio?

Por otra parte, como profesión con estudios oficiales específicos no cumplimos aún la década. Y si se crease ahora el Colegio, ¿no se generaría una auténtica guerra interna porque más del 95 por ciento de los profesionales que ejercen actualmente no tienen un grado en Protocolo, ni tan siquiera un máster oficial en la especialidad y la inmensa mayoría no acreditan pertenecer a una asociación dentro de su territorio o a una inexistente Federación de Asociaciones de Protocolo oficialmente conocida o reconocida (posible vía transitoria de acceso a un Colegio si se carecen de estudios)? Tengo motivos para el desánimo porque ni veo pasos en ese camino, ni tampoco que las asociaciones vayan en el sentido correcto. En su disculpa hay que decir que poco se puede hacer cuando son escasos los socios que realmente ejercen la profesión como tal y no están muchos de los que ocupan puestos de influencia. Bastante por hacer. Lo que no vale es exigir y no hacer nada; esperar a que sin apenas medios las asociaciones luchen contra montañas mientras los profesionales sólo parece preocuparles amarrar bien su puesto y no pensar en el colectivo. Esto contribuye a mi desánimo junto al desinterés o falta de conciencia de que dichos profesionales se cualifiquen mediante la obtención de grado o máster para dar el rango público que requiere esta profesión y poder así hacer frente a la gran lacra: el intrusismo. Quienes ejercen no parece importarles la cuestión ni buscan vías de solución, aún pueda peligrar su puesto.

Protocolo, presente y futuro

Encuentro de los Reyes de España con el que fuera Presidente de la República francesa, en el Palacio del Elíseo (París)

Sólo habrá profesión reconocida cuando haya visibilidad colectiva

Tampoco los profesionales contribuimos mucho a dar visibilidad al verdadero contenido de la profesión, mientras nuestras apariciones públicas sean para hablar de la conveniencia o no de llevar tacones, o hacer valer el protocolo de la jerarquía, la aplicación rígida de determinadas normas o costumbres que requieren de aires nuevos o no contemos con auténticos investigadores que contribuyan no sólo a potenciar el contenido de la profesión sino a modernizarla sin perder su esencia. Tampoco podremos mientras desde las agencias se consideren a los de protocolo como los “bichos raros” que sólo sirven para atender autoridades, no para generar buenos eventos. Y menos aún sin un compromiso personal de los profesionales por apostar más por el colectivo y no mirarse desde su atalaya sólo al ombligo.

Hay mucho que hacer, sí. Pero no empecemos la casa por el tejado. No estoy de acuerdo cuando se señala que poco se ha hecho en los últimos años. Al contrario, se ha avanzado mucho, más de lo que se cree, pero nos faltan cosas importantes. Comencemos por hacer una revisión de nuestra profesión (nombre, funciones, papel institucional y corporativo cualidades, habilidades personales y técnicas), los planes de estudios de las carreras afectadas, los sistemas de ingreso a la administración y la empresa, la reconversión de nuestras apariciones públicas, la consolidación de un cuerpo docente estable que no sólo explique de qué va esta profesión sino que sepa enseñarla de verdad, cuestiones todas ellas que nos acerquen al protocolo que los tiempos requieren (en otro momento hablaremos sobre qué se requiere para ser un buen profesor universitario en esta disciplina, pues no cualquiera con conocimientos, ni tan siquiera con experiencia, vale).

Aunque la Real Academia haya modificado la definición de protocolo en su última edición, sigue aún lejos la visión profesional que muchos expertos e investigadores recogen en sus trabajos. Establece que protocolo es un “conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficiales o solemnes”. ¿Estáis de acuerdo? Personalmente es insatisfactoria y no responde a la realidad (insisto desde el punto de vista profesional). Menos mal que ha desaparecido la anterior: “Regla ceremonial diplomática o palatina establecida por decreto o por costumbre”.

Un gran debate nacional

Por eso cuando pasen los procesos electorales en España debiéramos poner en marcha un gran debate nacional sobre el presente y futuro de nuestra profesión, liderado por personas con amplia experiencia, capacidad de influencia, visión crítica y reflexiva, y conectados plenamente con la realidad social. Ellos han de contar con investigadores refutados y analistas en la materia. Un encuentro promovido desde el arco de las asociaciones pero con el empuje decidido de los directivos que ocupan puestos de referencia. Y, por supuesto, con un sincero compromiso de colectivizar la profesión desde el compromiso personal.

Pensemos y discutamos sobre qué nombre ponernos de verdad, para que poco a poco lo consolidemos. Hoy no encontramos una única palabra que nos defina, porque ni existe protocolista ni ceremonialista en nuestro diccionario. Tampoco protocolario[1] define la profesión, ni tan siquiera lo que hacemos es protocolizar (“Incorporar al protocolo una escritura matriz u otro documento que requiere esta formalidad”, según la RAE). Terminamos por recurrir a experto en, especialista en, técnico en, graduado en asesor en… protocolo y eventos. De seguir todos pensarán que sirven para este oficio, y los que mandan entenderán, igualmente, que cualquiera puede trabajar en protocolo.

Aquí la Dirección General de Protocolo de Presidencia de Gobierno, dentro de sus competencias como Protocolo del Estado, junto a los altos dirigentes protocolarios del país y de las comunidades autónomas tienen mucho que decir al respecto. Y las asociaciones, ¡por Dios!, que hagan sus deberes con la tan necesaria Federación de Protocolo y Organizadores de Eventos porque para toda esta batalla debemos ir bajo una misma plataforma como la gran interlocutora ante la Administración, la sociedad, los medios, las empresas y un largo etcétera. Si el que fuera primer Jefe de Protocolo de Estado, el embajador Martínez-Correcher, logró esa paz protocolaria que se le atribuye en buena parte vino por el famoso encuentro nacional de Santander. Cuarenta años después, ¿no es hora de promover otro con el severo respaldo de las administraciones públicas?

Pensemos en estos días de penitencia y vacaciones y pongamos en marcha, como paso previo, la constitución de una “Mesa Nacional” que se encargue de los preparativos de este necesario gran encuentro sobre la profesión de protocolo en España en el siglo XXI.

 

[1] Según la RAE, “perteneciente o relativo a las reglas de protocolo, o de acuerdo con ellas” (primera definición). Dicho de una cosa: “Que se hace con solemnidad no indispensable, pero usual” (segunda definición)