Protocolo y compromiso profesional

Congreso de Comunicación y Eventos. El #protocololocal

Cartel oficial del encuentro.

Que más de un centenar de profesionales de diferentes instituciones públicas y empresas privadas o semipúblicas, vinculadas al protocolo y a la organización de eventos en el ámbito local, provincial y autonómico, es un gran paso para seguir dando a conocer la importancia de una profesión que se ha renovado de forma importante, pero que aún para gran parte de la sociedad, empresarios, políticos y medios de comunicación sigue siendo algo vinculado al saber estar. El VI Congreso Universitario de Comunicación y Eventos, que se celebra los días 15 y 16 de noviembre en Madrid, promovido por un amplio grupo de expertos de todas las comunidades, que están al pie del cañón todos los días, confiere aún más valor al encuentro, porque entre todos ellos han sido capaces de fijar un programa realista de preocupaciones sobre las que hablar y que apuntan en la dirección de buscar nuevas estrategias para contribuir al buen nombre de las instituciones y al acercamiento de éstas a los ciudadanos. Bajo el reclamo #protocololocal tenemos una buena oportunidad de seguir construyendo una profesión que precisa de reciclaje permanente y urgente, y de mayor apoyo y reconocimiento social e institucional. Continúe Leyendo…

La reinvención del nuevo saber estar y del protocolo social

Teléfono

Han pasado ya quince años desde que escribiera mi primer artículo en La Hora de Asturias sobre un tema de protocolo social y, obviamente, hemos dejado atrás otro número igual de años. ¿Cuánto ha cambiado la sociedad española y mundial a lo largo de este tiempo, si lo analizamos exclusivamente desde el punto de vista del saber estar, las formas, el trato, las relaciones sociales, la urbanidad, el protocolo…? Para algunos quince años es mucho tiempo; para otros, ha sido un suspiro. Pero, sea lo que sea, pocas cosas ya son iguales en tan escaso plazo de tiempo. Hace quince años mojar la yema del huevo con pan en público era casi “un delito”; hoy lo es pero, no hacerlo. La sociedad española ha variado mucho su percepción de lo que es un buena educación social, aunque es cierto que aún muchos se aferran a la vigencia de las mismas, otros estiman denostadas gran parte de ellas, e incluso otros que hacen de esa llamada buena educación un armapara mostrarse públicamente como más modernos bien a través de un estricto cumplimiento o viceversa.

En tan escaso espacio de tiempo han cambiado mucho las cosas desde el prisma de la conducta social o la buena educación. Creemos que la mayoría de estos cambios han sido para bien, aunque también se ha puesto de moda saltar aspectos de la buena educación tradicional con el ánimo de alejarse de un mal entendido protocolo. En estos tiempos, quienes no terminan de entender adecuadamente el Protocolo con mayúsculas, por una parte, y la Educación Social, por otra, optan por saltárselo sólo con la finalidad de mostrarse más rompedores o transgresores. No compartimos esa visión. La buena educación y el buen saber estar no es cosa de antiguos, retros o desfasados. Tampoco síntoma de distinción, sino sencillamente de respeto y apuesta por una buena convivencia.
No voy a entrar en señalar qué es para mí lo correcto o lo incorrecto en cada caso, porque francamente me interesa poco y además tampoco soy nadie para decir lo que está bien y lo que está mal. El propósito de estas líneas es sencillamente reflejar que en tan poco tiempo estamos viviendo un cambio sin igual en las formas de relación social. En el mismo han influido notablemente las nuevas formas de comunicación, a través de las tecnologías, la globalización y la cada vez mayor influencia de la sociedad norteamericana. Y también, por qué no decirlo, por ese sentido de lo práctico que todos hemos adquirido en una sociedad de prisas, menos jerarquizada, más igualitaria y menos dramatizada. Pero, sea por lo que sea, hay que registrar la evolución.
La denominada buena educación en términos generales ha evolucionado positivamente en muchos aspectos, aunque también hay que reflejar que la relajación en las formas ha aportado situaciones muy curiosas. Hace precisamente diez años me hacían una entrevista en el diario ABC que titulaba con una expresión mía: “La corbata como prenda obligatoria terminará por desaparecer”. Una entrevista que generó entonces alguna carta de protesta e indignación por determinados estilistas y, sobretodo, por los fabricantes de estas prendas. Pero lo cierto es que una década después hay que decir que el uso de la corbata para eventos sociales donde era imprescindible hoy ya no lo es tanto. Cada vez observamos más en actos que esta prenda ya no es tan esencial y que la moda está dando alternativas dignas que no restan para nada el buen saber estar. La corbata siempre estará ahí, pero no como complemento obligatorio. Es más, la liberación de esta obligación social ha generado claramente una mayor sensación de libertad y autonomía que entendemos positiva, siempre y cuando que el atuendo alternativo esté a la altura de las circunstancias.
A la mesa
Quizá donde más se ha notado la evaluación de las formas sociales es en la mesa. A nadie se le escapa que era habitual comer en casa de una manera y en público de otra. Por mucho que nuestros padres nos dijeran que en casa había que comportarse como lo haríamos fuera de ella, lo cierto es que al final no se hacía. Eso producía –produce– cuando comíamos –o comemos– fuera de nuestro hogar, en situaciones ajenas a los encuentros con los amigos, una cierta incomodidad. ¡Cuánta liberación sentimos cuando a alguien se le ocurre decir al inicio de la comida, “¡nos quitamos las chaquetas!”. Era como hacer que el encuentro gastronómico rompiera la frontera de un saber estar, queriendo estar, pero disfrutando estar.
No se considera hoy de mala educación en la mayoría de los encuentros gastronómicos hincar la mano a la gamba, o mojar con pan el huevo (con la ayuda del tenedor), o compartir unas almejas sin tener que separarte tu ración con una cuchara. Claro está que tampoco parece saludable untar el pan en la salsa de ese plato común. Es muy habitual hoy en las comidas de negocios solicitar uno o varios platos compartidos, para continuar con uno principal individual. Esa comida compartida que queda en el centro de la mesa, y que de acuerdo a las normas clásicas deberíamos retirar nuestra porción con los cubiertos, constituye una buena ocasión para favorecer el diálogo sin tener que estar pendiente de servirte lo tuyo. Vas picando y se favorece algo que hoy es la clave de todo: la naturalidad.
Sin embargo, es cierto que existe un mayor interés de las personas por saber comer adecuadamente, que en este tiempo han proliferado los manuales del saber estar, pero la mayoría ha sabido interpretar que la buena educación en la mesa tiene sus dosis de naturalidad, espontaneidad y sentido común. También es verdad que los restaurantes y las empresas de cáterin han adoptado soluciones que permiten atender esta evolución sin romper las buenas formas. Precisamente, uno de los mayores cambios que se han experimentado en estos últimos quince años ha sido la adaptación de la hostelería en su conjunto. Si hace veinticinco años lo más correcto en un banquete era que los invitados se sirvieran a sí mismos de la fuente o bandeja que presentaba el camarero, hoy se ha impuesto la comidaemplatada, es decir, dispuesto el alimento en el plato para el comensal. De esta manera, el invitado no sufre tanto por la dosis que ha de tomar, la manera de servirse y esa antigua obligación de tener que comerse todo el plato. Los buenos chefs prefieren que la comida llegue al invitado conforme al diseño del cocinero y no a cómo te la pueda servir el anfitrión o uno mismo. Ése, a nuestro entender, ha sido un cambio positivo. En comidas sociales la cantidad es lo de menos, y la calidad se impone. Hemos avanzado hacia una comida variada, generalmente tematizada y cuyos platos ofrecen en su presentación un diseño que más bien parece una obra de arte. Claro está, la tortilla o la croqueta siempre estarán ahí, pero hoy se presentan en estos eventos de forma alternativa y más imaginativa. Estas nuevas presentaciones que incluso a muchos comensales el propio camarero tiene que explicarles lo que es y cómo hincarle el diente.
La parte gastronómica de un evento es un importante acompañamiento a lo esencial del encuentro, que suelen ser las relaciones personales. No hay que olvidar que hace años un buen y amplio cóctel se agradecía porque era menos habitual participar en ellos, pero ahora, allá dónde hay un evento, aparece enseguida la copa y la comida. Se impone hoy sorprender con reducidas porciones de comidas impensables que obviamente gustarán más a unos que a otros. Pero, en este sentido, la tendencia actual avanza por estos derroteros. Se busca que el invitado se vaya satisfecho, pero sobretodo sorprendido y agradecido por la singularidad.
Sencillez y naturalidad
Dejando de lado las situaciones familiares o de amistad, las comidas fuera de casa se han vuelto más sencillas, menos pesadas, más ligeras y favorecedoras del intercambio de la palabra. Hemos pasado, al menos en el mundo de los negocios y las relaciones institucionales, de las comidas interminables a las comidas medidas. En este sentido, siempre me acordaré de lo que me decía una y otra vez Graciano García, director emérito de la Fundación Príncipe de Asturias, que entendía algunos protocolos como una forma de secuestrar a los invitados. “He ido a una comida y nos dieron más de las cinco”, decía el creador de los Premios del Heredero de la Corona. Lo mismo decía de otros eventos no gastronómicos: “En las invitaciones debería ponerse o bien el programa o contenido del acto o al menos el tiempo previsto de su duración, porque he ido a eventos donde calculas por lógica una determinada duración y luego resulta que no hay manera de marcharse cuando ha pasado el tiempo razonable. Es todo un secuestro”, añadía. Y no le falta razón. Creo que, en ese sentido, se ha mejorado bastante, pero aún queda camino por recorrer.
Hasta hace poco había que saludar a los demás de una forma determinada, las mujeres podían hacerlo sin levantarse del asiento, se seguía una cierta jerarquía, unos tratamientos… Hoy, también ha variado: un apretón de manos o abrazos entre ellos, y par de besos para ellas. El  casi ha barrido al usted, e incluso a veces hasta nos suena raro oírlo por ejemplo cuando un político se lo aplica al entrevistador de la tele o de la radio. Comienza a sonar raro la palabra señor o señora, hemos matado ya el señorito oseñorita (salvo para uso despreciativo), y el don ya es cosa de finolis.
Las cartas ya han pasado al olvido salvo la correspondencia oficial que incluso observamos como bichos raros. Todo lo comunicamos vía internet. Tampoco vamos al banco. Nuestra clave personal nos permite acceder a las cuentas en casa y llevarlas con más comodidad, pagamos sin desplazarnos y sin ver al receptor, quien por supuesto ni nos muestra su agradecimiento. Ya parece hortera enviar una felicitación de Navidad y buscamos opciones audiovisuales que circulan por la red. Si según un estudio de hace doce años cada español recibía una media de cuatro felicitaciones navideñas, hoy estamos por debajo de una y, sin embargo, nuestro buzón de correo electrónico en esta fechas se colapsa de felicitaciones impersonales y algunas muy poco originales. Pero claro, ya muchos padres han decidido dejar en segundo plano los Reyes Magos porque regalar en Papa Noel es dar una oportunidad al pequeño para que juegue más tiempo antes de volver al cole, mientras mata las navidades a la vera de sus abuelos, muchos ya convertidos en padres de hecho.
Encierro tecnológico
La sociedad ha cambiado notablemente. Uno mismo está escribiendo este artículo en el vagón del AVE entre Madrid y Barcelona. He observado la totalidad del convoy y de los 75 que vamos sentados en turista, 63 personas están ensimismadas en su mundo tecnológico. El ruido constante de las teclas y el tacatá de interactivos, mensajes, se rompe constantemente por los cientos de sintonías de los teléfonos portátiles o de las conversaciones donde llegar a conocer prácticamente la vida de un compañero de viaje dos asientos más allá. No se habla ya con el de al lado como en los antiguos vagones de Renfe, ni casi se levanta la vista cuando la azafata te ofrece los auriculares. Los televisores se quedan, como muchas veces en casa, encendidos como si fuera necesario acreditarnos que estamos en casa.
A los niños y jóvenes les gusta cada día salir menos del hogar. Su plataforma de juegos virtuales es más atractivo que ir a mitad del patio del colegio o sencillamente a la calle o a las zonas comunes de una urbanización. Prácticamente entre ellos se comunican más tiempo por la mensajería móvil y por las redes sociales que de palabra. Se hace la foto la niña recién peinada y a los dos minutos la puede ver medio mundo. Manda un twet y moviliza a toda su panda o, sencillamente, gasta una broma al profesor que graba en video y sube luego a las redes para ridiculizar al maestro. Los padres, todavía en proporción muy alta, no ponemos coto al abuso de estos artilugios que indudablemente conducen a la pérdida de determinadas habilidades sociales y a la vida en sociedad. Quizá por ello, cuando llega el momento del encuentro tengan que recurrir a otras hazañas o tirar del botellón sin límite para recuperar su capacidad de iniciativa o su libertad cuando está ante el ordenador. No le gusta estudiar, ni entiende para qué, porque en Internet lo tiene todo y la calculadora ofrece el resultado correcto.
En este sentido, se habla de una o dos generaciones perdidas como consecuencia de la crisis. Pero quienes tenemos la oportunidad de dedicarnos a la enseñanza desde hace muchos años también podemos constatar que una gran parte asiste, tras sus estudios universitarios iniciales, a docenas de cursos especializados. Pero gran parte de ellos carecen de iniciativa, imaginación, creatividad y habilidades, porque estas generaciones ya se han atrincherado en las redes y las tecnologías. Es increíble ir por la calle y ver a un niño de ocho años con su teléfono portátil o usarlo fundamentalmente para jugar o mensajear. O toman prestado del papi o la mami el Ipad para jugar al trivial electrónico o a las nuevas guerras de las galaxias.
Pero no sólo es cosa de niños la llegada de nuevas formas de conducta social. También los maduros hemos modificado maneras que hace bien poco generaban descalificaciones. ¿Quién no oyó alguna vez la frase “Nunca llevaré un móvil porque no quiero esa dependencia”? Hoy llevan móviles (a veces varios) todo el mundo. Incluso a los abuelos, que tanto les costaba manejarse con ellos, no se separan de los mismos un instante. ¿Quién no oyó alguna vez que en los restaurantes debería hacerse como en el Oeste, poner un letrero en la puerta como “En vez de colgar las pistolas aquí”, “Dejen su teléfono”? Hoy llegamos a la mesa y lo primero que ponemos es el teléfono, que normalmente atendemos aunque estemos en compañía, dando excusas con la llamada esperada. Se habla mucho de cuál debe ser el protocolo en estas situaciones, pero es absurdo decir que lo normal es ni sacar el teléfono, ni atenderlo salvo una verdadera emergencia, porque la realidad es otra. ¿A cuántos restaurantes no vamos sencillamente porque tienen mala cobertura, o con esa excusa levantarnos de la mesa cada equis tiempo? En este tema es curioso observar en bares de menú del día a personas solitarias con su Ipad abierto sobre la mesa y atender con una mano su facebook mientras con la otra toma su potaje o, sencillamente, viendo la televisión a la carta.
El fumar
La prohibición de fumar en espacios cerrados ha provocado otro cambio en nuestros hábitos sociales. Quienes no han podido liberarse de las ataduras del tabaco, han tenido que tirar de imaginación para aliviar su ansiedad. Saben de determinados rincones del trabajo donde puedes dar rienda a tu cigarro, o tomar la cerveza a la puerta de esos cientos de bares que se han visto obligados a crear otro tipo de terrazas, bajo setas caloríficas y entre repletos ceniceros. Claro, llegan estas épocas y los costipados, a la orden del día. No hay un lugar público que tenga un acceso digno: o te encuentros un par de ceniceros desbordados de colillas o el suelo de las inmediaciones está asolado de tabaco o un grupo de incomprendidos se encuentra compartiendo el humo de sus pitillos. Fumar ya no es cosa social, ni tampoco de hacer de ese hábito algo con estilo y respeto. La ansiedad puede con todo, incluso con la buena educación de lanzarte a la cara el humo con esa mirada muchas veces desafiante.
Asistimos a cambios importantes en las actitudes ante los demás, está claro. Resulta difícil para los estudiosos de esta materia delimitar ahora mismo qué debería ser correcto o qué no, porque lo práctico lo invade todo. El pantalón vaquero roto, las zapatillas roídas, el pantalón mostrando el tanga o el calzoncillo, la clara influencia del vestir dejado de clara influencia norteamericana invade nuestras calles. A veces en la diversión, pero también en las aulas, en los centros de trabajo y cada vez más en determinados eventos sociales. Choca mucho esta circunstancia, por ejemplo, en los jóvenes de hoy –especialmente ellas– cuando dejan en casa el pantalón raído para ponerse su espléndido vestido y maquillaje para asistir al cumpleaños de la amiga o para salir el viernes por la noche. Y no se conforman con una solución de Zara. El pelo largo ha dado paso a la maquinita en ellos, y en el caso de ellas comienzan a hacerse las mechas cuando apenas pasan los doce. No cuestionamos nada, nos limitamos a recoger estos cambios.
Situándonos en el mundo
Nos hemos vuelto todos muy modernos casi de golpe. Salimos de casa y enviamos un twet avisando al mundo de nuestros primeros pasos matinales y vamos dando muestra de nuestra existencia a lo largo de la jornada. Hay quien incluso va dejando rastros con su móvil de la ubicación en que se encuentra. Y todo pese a que decidimos aislarnos con los auriculares. Es como si se quisiera que todo el mundo supiese lo que uno hace pero que no moleste. No preguntamos al transeúnte cuando nos perdemos porque llevamos GPS. Casi no preguntamos por el nombre del hotel donde nos alojaremos, sino la dirección exacta o para ponerla en nuestro GPS, cosa por cierto ésta que ha aportado un gran servicio aunque alguna vez el artilugio nos haga dar más de una vuelta. Antes de ir a algún lugar nos conectamos a Google Map para echar un vistazo a la zona o ya ni preguntamos por qué zona cae la calle o lugar donde hemos quedado porque en menos de un minuto sabremos dónde está, cómo llegar por dónde y en cuánto tiempo. Y si lo hacemos en transporte público, nos apalancamos en el primer asiento libre, abrimos nuestro ibook y nos ponemos a leer olvidándonos del anciano o disminuido que se queda sin asiento y sin que nadie le ofrezca acomodo.
Uno va de camino al trabajo y observa cientos de tipos de todas las edades que caminan a través de sus rumbos parapetados en dos cascos con los que escuchan su música favorita o su emisora. Y adiós a los insomnios de la pareja, que sus auriculares y un Ifone o Ipad se pone a ver su película preferida y deja de dar vueltas en la cama o lanzar suspiros de desesperación. No necesitamos reloj ni despertador, ni agenda, ni libreta. Todo está en el artilugio. Por eso hoy se ha convertido en todo un drama perderlo o que te lo roben. Casi prefieres dar la cartera antes que tu móvil u ordenador.
Tiempos muy importantes de cambios, donde lo práctico se impone. Por eso, quizá entre tanta modernidad la pretendemos equilibrar a través de los programas televisivos glamurosos, mirando los vestidos de nuestras princesitas y artistas del momento o haciendo de la boda de nuestra… un evento por todo lo alto o tomando a veces decisiones increíbles cuando en un acto sencillo te están pidiendo un traje oscuro para ellos y un traje de cóctel para ellas. Es la contradicción de una sociedad que empieza a frivolizar con las relaciones sociales y no es consciente de la importancia que tienen y de saber estar a la altura de la circunstancias. Pero el mundo ha cambiado en muy poco tiempo y hay que reinventar el nuevo protocolo social. Precisamente ahora que el protocolo y la organización de eventos en su conjunto ya es una carrera oficial de Grado, un grupo de especialistas de la Universidad Camilo José Cela ha creado un grupo de investigación en torno a la Catedrá Ferrán Adriá para reinventar el nuevo protocolo que afecta a la conducta social. Ha de reinventarse porque los tiempos han cambiado y ya no podemos decir que es de mala educación dejar los cubiertos usados encima del mantel cuando reposamos para beber porque en el plato donde nos han servido la comida, cuyo fondo aparece iluminado por una bombillita no hay manera de encontrar una forma de dejar la pieza.
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Texto publicado en el periódico asturiano La Hora de Asturias con opcasión de su número 200. Tuve la oportunidad de escribir en su número 1.
http://www.lahoradeasturias.com/pdf_edicion/PDF_EDICIONES/ESPECIAL%20200.pdf
Páginas 18, 19, 20 y 21

La corbata indignante

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El verano y la corbata para mí son incompatibles, y especialmente en días como los que estamos viviendo más. Hoy hacia 33 grados cuando traje en ristre y corbata al cuello iba a una grabación televisiva. La verdad es que me sentía totalmente ahogado. Puede que influya que fuera lunes en eso de la falta de aire. Caminaba por la calle y la gente me miraba como un bicho raro. O al menos eso pensaba yo: ¿qué hace este tipo con corbata, sudando la gota gorda?

Es una pregunta que también me hago yo cuando voy más informal y veo a un tipo de estos de corbata arrastrándose por el suelo camino del bonito momento de desaflojar y quitar la soga, porque eso es lo que es, una soga. Soy defensor de ir reduciendo el uso de la corbata en el hombre como prenda obligatoria en las relaciones sociales. Pero tengo mis dudas existenciales de cuándo hay que llevarla y cuándo no. ¿Es conveniente salir en la tele sin corbata, cuando hasta la presentadora me esperaba con alfombra, silla isabelina y tacones? Si aparezco sin corbata les mato el programa. Y sin embargo es probablemente lo que correspondía.
Me recomendaba un amigo que hiciera como él. Chaqueta al hombro, corbata en el bolso y antes de presentarse ponerse la etiqueta. Quizá sea una buena solución en estos días de calor. Pero no sería mejor solución comenzar a hacer la guerra a esta prenda tapabotones de camisas o servilletas encubiertas para comidas de negocios u oficiales. Hombre, bajo un aire acondicionado todo se soporta, hasta estar en un cóctel de pie dos horas.
Precisamente, el otro día en un encuentro de lobby, en un conocido club de la capital, se nos pedía a todos que fuéramos de corbata, y efectivamente todos menos dos cumplimos con la etiqueta. Pero a nadie la pareció raro que el superconocido odontólogo y el apreciado constructor fueran sin corbata. Con el calor que pegaba en aquella terraza seguramente fueron los que más disfrutaron. Y me pregunto: ¿para qué la corbata? Seguro que todos hubiéramos estado mucho mejor sin corbata.
De cualquier forma me consuela que salvo excepciones pocas veces me pondré corbata este verano y también que cada vez veo más amigos incondicionales de la corbata que prescinden de ella en más ocasiones de las que podía imaginar y no sólo en verano. Llevo años prediciendo que la corbata terminará por dejar de ser prenda obligada en actos de protocolo. Al tiempo. Y si alguien se opone, le pongo a pasear por la Puerta del Sol a las 14.00 horas de un buen día de julio. Soy un indignao de la corbata en verano… O lo que es lo mismo es indignante la corbata a 30 grados bajo el sol…

Para ser chino en la mesa

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El otro día me  llegó una alerta de Google con el contacto www.spanish.china.org.cn , una publicación virtual hecha en español sobre noticias de aquél país. Me llamó la atención un artículo referente a la buena educación en la mesa en la cultura china. Nos ofrece además diez consejos que no hay que saltarse para actuar como un auténtico chino, aunque me temo que no vamos a pasar por chinos. En muchas de estas costumbres, que algunos dan como fundamentales, hay mucho de mito y la universalización de los buenos modales en las relaciones entre países va perdiendo incidencia. Por eso, es una tema delicado que requiere en cada situación un estudio sobre la conveniencia o no de llevar a cabo determinadas prácticas. Pero, en fin, reproduzco el artículo por si lo consideráis de interés. Ya veis, incluso está bien hablar con la boca llena. No tiene desperdicio. Y cuidadín con los zurdos.
“En China, como en cualquier otro lugar, hay costumbres y normas que definen qué es apropiado y qué no lo es a la hora de comer, tanto si la comida transcurre en un restaurante o en un domicilio particular. Aprender cuál es la manera correcta de actuar y qué decir durante una comida no sólo te ayudará a sentirte como un nativo, sino que también hará que éstos se sientan más cómodos a tu lado y que sean capaces de fijarse en ti, más que en tus interesantes hábitos alimenticios.
Las costumbres de los chinos a la hora de comer están arraigadas en la tradición, y algunas normas no se pueden quebrantar bajo ningún concepto. No comprender y seguir estas reglas puede llevar fácilmente a ofender al cocinero, y a no acabar bien la noche. Con la guía que incluimos a continuación, estarás disfrutando de tus comidas en China en menos de lo que te imaginas.
1. La comida se sirve en grandes fuentes compartidas, y en muchos casos se proveerán también palillos compartidos usados exclusivamente para pasar la comida de la fuente a tu propio plato. En el caso de que los haya, debes utilizarlos, y si no los hay o no estás seguro de cómo usarlos, espera a que otra persona se sirva primero y luego copia la forma en que lo hace. En ocasiones, un anfitrión entusiasta puede servirte la comida en tu plato, lo que es normal.
2. Es de muy mala educación no comer cuando te ofrecen algo. Si es algo que de ninguna manera eres capaz de comer, termina el resto de los platos y deja ese en el plato. No estará mal visto, ya que dejar algo de comida en el plato indica generalmente que estás lleno, lo que será bien visto.
3. No claves los palillos en el cuenco de arroz. En la cultura budista, esa es una costumbre propia de funerales, y por tanto de muy mal agüero durante una comida, ya que indica deseo de que les acontezca la muerte a todos los que hay sentados a la mesa.
4. No juegues con los palillos, no apuntes a nadie o a nada con ellos, o tamborilees con ellos en la mesa, ya es que es de mala educación. Tampoco lo hagan en el borde del plato, ya que es una señal utilizada normalmente en los restaurantes para indicar que la comida está tardando demasiado, y podría ofender a tu anfitrión.
5. Cuando dejes descansar tus palillos, colócalos horizontalmente en el plato, o en el reposa-palillos si lo hubiera, pero no los dejes encima de la mesa.
6. Coloca los palillos en tu mano derecha entre el dedo índice y el pulgar, y cuando comas arroz, coloca el cuenco en tu mano izquierda, situándolo algo por encima de la mesa.
7. No pinches nada con tus palillos, a menos que quieras cortar alguna verdura o similar en dos partes. Si estás con un grupo pequeño de buenos amigos, entonces está permitido pinchar pequeños pedazos más difíciles de tomar, pero nunca lo intentes en una cena formal o con aquellos que siguen más estrictamente las tradiciones.
8. Al brindar, asegúrate de que tu vaso esté por debajo de aquel de la persona más mayor o de mayor rango sentada a la mesa. Es una forma de mostrar respeto y reconocer que su posición es superior a la tuya.
9. Si comes algo con huesos, es normal escupirlos en la mesa a la derecha de tu plato.
10. No te ofendas si tus compañeros de mesa comen con la boca abierta o hablan con la boca llena. Ambas cosas son normales en China. ¡Diviértete, ríete y no te preocupes!”