La etiqueta oficial y social del siglo XXI está por llegar

Al pasar por el kiosco para comprar mi periódico diario, los ojos se me fueron enseguida al titular de una revista muy conocida que en grandes caracteres titulaba: “¿Qué es Cool hoy? EL NUEVO PROTOCOLO. Tocados, pelo suelto, colores pastel, brazaletes, algo dorado…y un toque barroco”. Aunque el tema está centrado en el nuevo look que las novias buscan ahora para “The Big Day” (“Es época de cambios; las novias buscan otras fuentes de inspiración y reinventan su estilo”, cita textual del antetítulo del reportaje en páginas anteriores, que precede en grande a “El nuevo protocolo”).

No voy a hablar del cool de las novias, que en su derecho están de sentirse más modernas con su toque personal -por cierto, parece ser que el tocado logra más fácilmente ese propósito que el velo o el peinado a secas-. En el día de su fiesta y compromiso, que lo celebren a su manera y como mejor lo deseen. Nada que decir.

 

Sin embargo, a propósito de lo visto en esta Revista, resurge la necesidad de seguir reflexionando sobre los aspectos de la etiqueta que rodean al mundo del protocolo, ceremonial y los eventos en general. No comparto para nada que a la etiqueta se le llame protocolo, aunque es cierto que ambos comparten espacios y eventos, por lo que no hay que demonizar para nada la etiqueta, ni para actos oficiales, ni empresariales ni sociales. Es un tema del que hay que hablar y reflexionar, porque efectivamente estamos en un mundo sometido a cambios permanentes y la etiqueta no se queda al margen.

 

En muchas ocasiones la etiqueta se utiliza como un factor de distinción, ya sea personal o social.  Cada persona, en su concurrencia pública, allá donde vaya, busca una etiqueta que considere acorde con su propio estilo, o le resulte cómoda o adecuada para su actividad. Esa etiqueta personalizada, esa que cada mañana decidimos tras la dicha despertadora, es cuestión de cada persona y tampoco queremos entrar en ello. Pero en cambio, sí quisiéramos hacer una reflexión general sobre la etiqueta que afecta al mundo de los eventos.

 

Hemos defendido en numerosas ocasiones que indicar en una invitación la etiqueta alivia a muchos invitados a la hora de encontrar la ropa adecuada, la que no desentonaría, a la que cada uno luego puede darle su toque de distinción personal acorde a su identidad o imagen. Sin embargo, creo que en muchas ocasiones se fuerzan mucho etiquetas para eventos donde no sería necesario ser tan rigurosos. Incluso llegan a despersonalizarlo y a perder su propia identidad y objetivo. Parece que un acto sino se pide el traje oscuro para caballeros y el corto o de cóctel o largo para señoras no tiene el empaque que el anfitrión le quiere dar. Algo para nosotros absurdo. Y qué se puede decir cuando se piden etiquetas a las que muchos deben de recurrir a tiendas de alquiler para salir del paso, como el esmoquin, el chaqué o el frac.

 

Insistimos en no demonizar etiqueta alguna, sino solo reflexionar. Por ejemplo, se nos ha hecho muy extraño que en la tradicional cita veraniega en el Palacio de Marivent, en Palma de Mallorca,  el pasado 14 de agosto, del Rey -que pasa allí sus vacaciones- con el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ambos concurrieran con corbata. No digo que sea incorrecto o adecuado, ni mucho menos,  sino que se hace raro que mientras la España estival, entre olas de calor,  hicieran su reunión de trabajo con traje y corbata, como si fiera pleno invierno en La Zarzuela. Soy consciente que con estos atuendos se pretende transmitir una imagen de trabajo, ya que de aparecer en mangas de camisa o sin corbata pudieran entenderse que ambos se han juntado para pasar un día de playa. Pero la gente que ve la imagen no es tan tonta.

 

Personalmente, creo que políticos, empresarios y otras personalidades que dan por hecho que allá donde vayan oficialmente han de hacerlo en corbata, caso de hombres, o su correspondiente en las mujeres, es algo que debiera de irse asumiendo en su no obligatoriedad. Hemos estado unos días de vacaciones en un lugar costero conocido del sur de España, y encontrarnos con algún ministro, conocido empresario o alto directivo, caminando por el paseo marítimo o cenando en una terraza con su pantaloncito corto, sus chanclas y su polo (a cual más divertido). Incluso, ante algún conocido decirle “casi no te reconozco con esta ropa”, a lo que nos respondió: “Lo importante de las vacaciones es olvidarte del traje y la corbata”. La respuesta tiene sentido, pero inmediatamente uno se dice: pero si es la misma persona e incluso va más jovial y elegante.

 

Aunque es evidente que en el ámbito institucional y de los negocios no puede uno vestir igual que si estuvieran en la playa, pienso que en el caso masculino nos hemos aferrado excesivamente a la corbata como una prenda obligatoria de la que no se puede prescindir porque  pues vas a considerar que te mirarán raro en ese entorno. No compartimos para nada la obligatoriedad que nos imponemos para utilizar estas prendas clásicas, salvo en los claros casos que lo justifica. Para mí Mariano Rajoy es el mismo que acude a ver al Rey en corbata o que al día siguiente asiste a un mitin sin ella o sencillamente en mangas de camisa (y decimos Rajoy como podríamos decir cualquier político).

 

Es evidente que estamos en un mundo en cambios y que la crisis ha acelerado drásticamente muchas cosas. Los políticos se azaran enseguida en anunciar sus recortes en gastos de protocolo, pero siguen mostrándose distantes con gran parte de la sociedad que les ve en el “club de los corbata”, esos que tienen trabajo, ingresos suficientes, que parecen más poderosos, que se sitúan por encima de los demás. No debe renunciarse insisto a la etiqueta cuando el guión lo exige, pero se abusa mucho de determinadas prendas de las que se podrían desprender en numerosas ocasiones. Parece incluso que la corbata va con el capitalismo, porque en otros países que dicen ser contrarios a él, se han deshecho sus políticos y empresarios de esta prenda, a la que solo recurren -y no todos- cuando conviene en las relaciones internacionales o en los negocios. Y con la crisis hoy los políticos y empresarios deberían pensar en cambiar la estrategia de su vestimenta.

 

Es probable que a muchos se les haga duro pensar que debemos dar pasos hacia una etiqueta nueva, propia del siglo XXI. Creemos que en las comidas o cenas oficiales o similares no oficiales el frac, el chaqué o el esmoquin está ya fuera de lugar en estos momentos. Creemos que la corbata como uniforme permanente de trabajo -en cualquier lugar- no siempre está justificado. Nos alegra ver a personalidades y hombres de negocios con atuendos alternativos, elegantes y apropiados, pero lejos de esa uniformidad que ya es del siglo XX. Vemos una frivolidad que en muchas bodas testigos e invitados tengan que llevar el chaqué y todos los invitados pasarse antes por la boutique de marca para dejarse como mínimo sus trescientos euritos, que unido al regalito sube un pico. Y además, es absurdo. Lástima que incluso en las más jovencitas se haya introducido ese afán de que a las fiestas haya que ir vestidas “de protocolo” o de “glamour”.

 

Esta sociedad sufre permanentes vaivenes en cuestiones de moda y etiqueta. Cuando lo” cool” se pone de moda lo clásico pierde valor. Cuando quieres distinguirte un poco más juegas entre el “cool” y el “retro” o lo clásico. El asunto es marear la perdiz. Sin embargo, en el ámbito de los eventos, de todo tipo, la etiqueta del siglo XXI no termina de encontrar su hueco. En el caso de los hombres la corbata deja de tener valor porque es lo habitual, y aunque las mujeres tienen mayores vías de escape algo parecido está ocurriendo. Por eso el caso de ellas las marcas encuentran su agosto ofreciendo nuevos estilos para ser más “cool” sin renunciar a ciertas cosas clásicas, mientras nuestros políticos y empresarios siguen ahogándose en su corbata o en su chaqueta falta/pantalón. Estamos convencidos de que la etiqueta de este siglo está por llegar, y confío que los inventores de la moda no frivolicen y sepan capaces de sacarnos de un atuendo que estimamos ya antiguo.

 

Somos conscientes de que reflexiones de este tipo tendrán sus defensores y detractores. Nos hemos limitado a trasladar nuestras impresiones y algunos razonamientos, porque es un tema al que hay que empezar ya a coger los toros por los cuernos. Y que los fabricantes de corbatas no se enfaden, pero que potencien alternativas dignas de nuestro tiempo (que ya hay muchas, aunque en este mundo al que nos referimos no ha calado aún). Pero como todo, al tiempo.