Premios Princesa de Asturias, COVID frente a sentimiento

El mismo día que España marcaba el máximo número de personas que daban positivo de la COVID en todo el período de la pandemia, la Fundación Princesa de Asturias se enfrentaba al difícil reto de celebrar su ceremonia de entrega de los galardones que llevan el nombre de la heredera de la Corona, en un escenario diferente al habitual en Oviedo. El Hotel de las Reconquista y su salón Covadonga fue la alternativa al histórico Teatro Campoamor, que durante 39 ediciones albergó este evento. La falta de público, la severidad de las medidas sanitarias cumplidas a rajatabla, la ausencia de premiados importantes y la estrechez del espacio puso muy complicada la celebración de esta ceremonia, siempre fundamentada en la solemnidad y el sentimiento.

La Fundación buscó una alternativa que consideramos razonable, pero he echado de menos “cosas” que en tantas ediciones que he vivido no he sentido la mismas sensaciones. La situación, el guión y el espacio dejó en segundo lugar el sentimiento universal tan importante para este acto. La organización fue buena como siempre, pero algo no conectó con ese espíritu que tanto emociona en cada cita. Aunque sea imputable a la pandemia, hemos echado de menos los momentos que tan importantes eran para el que fuera su primer director, Graciano García: ver en el evento la imaginaria fotografía anual del reconocimiento a los esfuerzos de colectivos por lograr un mundo mejor, en convivencia y en paz.

Doy fe del extraordinario trabajo de los responsables de protocolo y del conjunto de personas que trabajan anualmente para hacer posible este evento, que desde el punto de vista protocolario ha sido casi impecable. Pero el resultado del guión, la escenografía y el espacio no han contribuido a una ceremonia que este año más que nunca debía mantener la solemnidad y la emoción que requiere, a sabiendas de que la sobriedad era necesaria. Pero solemnidad, reconocimiento y emoción no están reñidos con la austeridad y la sobriedad. Podrían haber convivido. Ni tan siquiera los preciosos discursos me han motivado, aunque fueron realmente magníficos.

¿Mereció la pena el cambio de lugar?

Se hizo lo que se pudo después de darle muchas vueltas a las alternativas a la no celebración en el escenario habitual. Pero vista la ceremonia uno se pregunta si ha merecido la pena cambiar de espacio porque lo que vimos también se podría haber celebrado en el Teatro Campoamor, aunque hubieran butacas vacías. No se hubiera roto el trazado histórico y se conseguiría una imagen similar a las ediciones anteriores. Pareció el hotel de la Reconquista de Oviedo un espacio triste, con muchas áreas de mejora en la decoración general, con una mejorable escenografía, con otras posibilidades en la colocación de las banderas oficiales, con un cambio difícil de entender en la posición de los premiados que han quedado muy escondidos (siempre a la derecha de la presidencia y no la izquierda como en esta ocasión), ional y un ritmo que más pareció un homenaje a las víctimas de la COVID que a los progresos de la humanidad. Tampoco ayudó la realización de TVE. Ha pesado demasiado la pandemia en la concepción del evento y no se ha logrado evadir de la situación que todos sufrimos. Confiaba en este acto como una burbuja frente al sufrimiento general.

Los audiovisuales, que obviamente eran necesarios, no dieron el resultado que se esperaba. Se han reducido a simples grabaciones de palabras sin tener en cuenta el contexto del evento. Parecían forzados en el guión general. Poco juego dieron las intervenciones y con poca creatividad en su realización. Se perdió ahí una buena oportunidad para poner más alma en este acto. Lamento tener estas sensaciones, pero después de ver hasta en tres ocasiones la ceremonia, consultar, preguntar, verificar…, sigo pensando que el evento no fue como siempre un elogio al progreso, a la paz, a la justicia y a la convivencia. No se logró saltar esa barrera en un acto que lo exigía.

Complejidad del evento

Soy consciente, incluso partícipe, de lo complejo que ha sido planificar la alternativa, muy difícil. Se han dado mil vueltas a las soluciones, nada se ha improvisado, todo ha sido muy calculado, pero la COVID ganó la batalla a la fiesta universal de la paz. Es probable que sea una opinión muy condicionada por los muchos años ahí vividos, y por el deseo de que la alternativa podría sumar nuevos elementos a la ceremonia, pero ese “puzzle” no ha funcionado.

El salón Covadonga, por significativo que sea (ahí hace 40 años que se constituyó la Fundación entonces Príncipe de Asturias), no respondió a las necesidades de un acto que precisaba sostener la solemnidad y sentimiento habitual. Aunque no hubiese público se podía haber conseguido los mismos resultados. Soy consciente de que España y Asturias no están para tirar la casa por la ventana, pero con el mismo presupuesto, más ideas y creatividad probablemente se hubieran conseguido resultados mejores.

El himno de Asturias

Cuando la mayoría de mi entorno profesional habla de que lo más emocionante ha sido el video grabado en el Teatro Campoamor con el himno de Asturias interpretado por la Real Banda de Gaitas Ciudad de Oviedo (dirigida por mis buenos amigos Adolfo y Guti), es que el resto ha fallado, porque siempre lo importante es el evento en sí.

No estoy de acuerdo con la situación e incomodidad de la presidencia (había más alternativas y mejores), donde tres mujeres han tenido que salir muy concienciadas para manejar sus movimientos corporales, ni la trasera a todas luces insuficiente, el excesivo color azul en todos los espacios, el atril poco apropiado para ese espacio, una reina honorífica situada como en el medievo en un palco para asistir a los oficios religiosos… No me ha gustado.

Sigo sin entender por qué los premiados han perdido su puesto de privilegio a la derecha de la presidencia, por mucho que se pueda argumentar necesidades del guión por las piezas musicales interpretadas. He visto demasiados “cabezazos” en una ceremonia que en pleno siglo XXI ya no los requiere. Noté la falta de espontaneidad de los premiados, ruptura del guión provocada por la intercalación de entrega de diplomas y discursos.

Reconocimiento al esfuerzo de la Fundación

Quizá soy muy crítico con el resultado final pero considero que no se consiguió lo planificado con mucho tiempo y esmero, que me consta. Siento hacerlo, pero quiero tanto esta ceremonia que al verla me he venido bastante abajo. Afortunadamente el protocolo ha sido impecable, pero la historia contada ayer ser aleja de los principios esenciales de la fundación. Para hacer lo que se hizo, el propio Teatro podría haberlo acogido, o como harán los Nobel quizá el aplazamiento o suspensión hubiera sido mejor. Pero reconozco que la Fundación y la Casa de S.M. han querido evitar la interrupción y probablemente haya sido lo mejor. Pero no será precisamente la edición que más recordemos en función a los objetivos del evento. He notado tristeza, demasiados condicionamientos, pese a que el programa ha intentado respetar el guión de siempre. Es el primer año que no he llorado de emoción y eso me duele.

Cierto es que en la situación que atravesamos en España probablemente no hubiera alternativas mejores, y por ello quiero insistir en el reconocimiento a los esfuerzos de la Fundación y de la Casa de S.M., que han hecho lo posible para que 2020 no se quedara en blanco. Pero después de 36 años llevando el protocolo de estos premios, ayer no vi el espíritu habitual de los Premios.

La representación del presidente

Al margen de todo ello, quiero añadir que me parece fuera de lugar que el presidente del gobierno “tire” de la representación (prevista en el Real Decreto 2099/83) para que la vicepresidenta primera del gobierno ocupe la posición del jefe del Ejecutivo, por delante de los presidentes de los poderes del Estado presentes (Congreso, Senado, Consejo General del Poder Judicial). Tampoco es entendible que en este evento sólo haya asistido el presidente del Partido Popular, que supongo habrá hecho caso omiso a las palabras del rey…

Ver ceremonia en: https://www.youtube.com/watch?v=g42ECtk5XO0