Asociacionismo en Protocolo y Eventos, el debate pendiente

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Imagen del último debate sobre profesión y asociacionismo en el IV Congreso Universitario de Comunicaciñón y Eventos, celebrado en el Real Jardín Botánico de Madrid.

Conversaba tranquilamente hace unos días con la presidenta del capítulo español del Meeting Professionals International (MPI), la asociación más importante del mundo de profesionales del sector de los eventos, Ángeles Moreno, sobre la situación en general de nuestra profesión en España. Era una reflexión interesante que venía a cuenta sobre cómo debía plantear su conferencia inaugural del curso académico del Instituto Superior de Protocolo y Eventos (ISPE). De esa charla he de confesar que aprendí muchas cosas de las que tomé buena nota, pero quedé especialmente pensativo cuando hablando en general me señaló:

  • “Hay dos tipos de asociaciones. Las que se hacen para defenderse de los múltiples problemas de los que siempre nos quejamos… o las que se hacen para pensar en futuro, para consolidar proyectos e ideas en tono positivo…”.

Parece una afirmación que a primera vista todo el mundo asumiría como normal, pero a mí me llevó a pensar más allá durante varios días. ¿Tenemos en España, o en el mundo, asociaciones pensadas para las “quejas” o asociaciones para “crear futuro”? Que nadie interprete que me estoy refiriendo a alguna asociación de protocolo o eventos de España ni de fuera en concreto. Lo hago desde una perspectiva global y solo con el ánimo de aportar a favor del asociacionismo.

Es evidente que las asociaciones profesionales, y en nuestro caso las relativas a protocolo, eventos y relaciones institucionales, han de ser mixtas, deben de ocuparse de la problemática (quejas), pero también de construir futuro. Me consta que la mayoría de ellas en nuestro país intentan trabajar con mayor o menor éxito, y muy meritoriamente, en esa doble línea. Pero la pregunta va al colectivo: ¿entienden los profesionales lo que es realmente una asociación?

Simbólica afiliación

Las bajas cifras de afiliación, vergonzosas teniendo en cuenta los cientos de miles de personas que están vinculados de forma directa e indirecta al sector, convierten en anecdótica la representación que tienen las asociaciones ahora mismo. No llegan a completar ni el 0,01 por ciento. Cuando hablas con profesionales sobre esta cuestión y preguntas por qué no están asociados suelen responderte en tres sentidos:

  • Diplomático: “Es verdad, llevo tiempo que deseo hacerlo, pero se me va pasando” (sólo tiene que acceder a la web y apuntarse; pasan los días y los años y sigue igual).
  • Indiferente o cabreado: “¿Para qué me voy a apuntar y pagar una cuota si no se me ofrece nada?” (desconoce que con la cuota que se paga, habiendo el número de socios que hay poco se puede hacer, pero al menos con el voluntarismo de sus afiliados se va trabajando poco a poco). Finalmente, no se inscriben.
  • Por encima del bien y del mal, orgulloso: “Por razones del puesto que ocupo no me conviene asociarme. Además ¿qué puedo aportar yo si no tengo tiempo y para qué necesito la asociación en la que normalmente están personas desesperadas buscando la oportunidad laboral?”.

Hay más tipologías, pero éstas son las más frecuentes. Las tres son francamente preocupantes y, sobretodo, decepcionantes. Mirad, en el colmo de la “pillería” se han producido numerosos casos de personas que se han inscrito en una asociación profesional de Protocolo sólo para beneficiarse de una determinado descuento (caso frecuente que ha ocurrido con los acuerdos entre la Asociación Española de Protocolo y las universidades) y al día siguiente de pagar su última matrícula han comunicado la baja. ¡Qué indignidad y qué falta de ética! Y así podríamos contar muchos ejemplos que tienen nombres y apellidos que obviamente no voy a citar. Pero seguro que algún aludido esté leyendo esto y sepa que eso se llama sencillamente “inmoralidad” y “antiprofesionalidad”.

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Último Congreso de Comunicación y Eventos celebrado en Madrid. Una frase que puede inspirarnos para lo que debemos hacer.

Crisis de las asociaciones

Es cierto, por otra parte, que las asociaciones en España están atravesando una severa crisis, no sólo por la carencia de socios, sino por la indefinición de cuál ha de ser su papel, qué tiene que liderar, cuáles son los objetivos esenciales, cómo se puede hacer profesión, cómo unirla, cómo sonrojar a quien no está dentro, cómo pleitear contra colocaciones a dedo sin acreditar los mínimos conocimientos cualificados en nuestra profesión, cómo llegar a las instituciones y empresas, cómo generar recursos, cómo implicar a personas en el trabajo… Y así un sinfín de preguntas que a vuela pluma se nos ocurren. Las asociaciones no están solo para organizar alguna jornada o congreso, o cursos, o entregar premios o reconocimientos (por cierto es curioso que a veces las propias asociaciones premien a profesionales que aunque tengan una brillante trayectoria profesional jamás han acreditado el más mínimo apoyo al movimiento asociativo, que debería ser condición indispensable para recibirlo) o acciones similares. Debe reconocerse el esfuerzo que algunas personas hacen para tirar del carro, pero no es suficiente.

¿Qué tipo de asociacionismo queremos? ¿Para qué? ¿Cómo se deben hacer las cosas? Este es un debate que nunca se ha hecho, más allá de ligeras propuestas no bien estructuradas y que jamás terminan por consolidarse en lo fundamental. No es culpa probablemente de sus rectores, que bastante hacen con dejar su piel a cambio de nada, sino que somos responsables todos. Es obvio que nuestra profesión es la más reacia a colegiarse, a unirse, a comprometerse de verdad. Vamos de “lobos solitarios” y solo nos quejamos cuando algo nos afecta y no encontramos los apoyos que se necesitan en momentos decisivos de la vida. Alguien que está colocado no echa de menos la asociación, hasta el día en que le despiden sin razón alguna y, entonces, reclama: “¿Qué hace la asociación por mí ahora?”. Se puede imaginar que poco puede hacer porque no hay un potente colectivo detrás, ni esponsors que apoyen, ni empresas ligadas a nuestras actividades que patrocinen e impulsen acciones (deberíamos algún día llegar a posturas más radicales, como no contratar a una empresa de azafatas, o de catering, o de producción, sino está asociada o viene avalada por una asociación profesional, aunque todo se andará).

Soy de los que pienso que no debe cada uno reflexionar en el sentido de “¿qué puede hacer la asociación por mí?”, sino “¿qué puedo hacer yo por la asociación?”. Esa es la clave. Quien lo entienda será el profesional comprometido que realmente defiende el sector. Quien no lo comprenda es una “llanero solitario” que terminará en el desierto. Al tiempo.

Asociaciones territoriales, si, pero urge la Federación

Y un llamamiento a las asociaciones de protocolo y eventos existentes en España, que representan a profesionales individuales para que realmente den el paso para crear la necesaria Federación de Profesionales de Protocolo y Eventos. Defiendo que haya en todas las comunidades autónomas asociaciones singulares, porque es bueno que existan ya que favorece la unión y la acción. Pero ese esfuerzo no tiene sentido si no recae luego en una Federación potente que como interlocutora única canalice iniciativas, represente, defienda y proponga en nombre de todos.

Soy por tanto, y volviendo al principio, de los que apuestan por la visión asociacionista que cree futuro, aporte ideas, genere reconocimientos sociales e institucionales, sepa hacer hueco, saber representar y defender a sus asociados, etc. Que lo importante sea mirar hacia adelante, construir un proyecto donde quepamos todos y a partir de ahí hacerse fuertes para lograr los objetivos. ¿Pero tenemos claro lo que queremos para el futuro? ¿Tienen claro los profesionales que resulta ya poco ético ejercer y no estar asociado?

El debate sobre lo queremos hacer como movimiento asociacionista está pendiente. ¿No tocaría ya hacerlo?