El profesional de “eventos” gana terreno al de “Protocolo”

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Este artículo nunca hubiera querido escribirlo. Pero soy consciente de que las realidades profesionales evolucionan, unas veces para mal y otras para bien. En nuestro caso tenemos que esperar para valorar. Es cierto es que la profesión de técnico o experto en Protocolo se demanda menos y, en cambio, crece exponencialmente la de técnico de eventos o expresiones similares (si utilizamos términos ingleses sonaría mucho mejor para algunos), aparentemente más atractiva y de futuro. Os invito a una simple lectura de las últimas ofertas de trabajo que publica habitualmente en su blog Gloria Campos para confirmar este cuestión (incluso la Casa Real británica para su equipo de protocolo oferta un puesto denominado Assistant Events Coordinator, cuyas funciones son organizar ceremonias para el disfrute de millones de personas, según dice la convocaroria; ¿no es eso un técnico de protocolo en toda regla?). De hecho, la mayoría de quienes hicieron estudios de Protocolo en las diferentes universidades se promocionan en redes sociales como expertos en eventos y retiran cada vez más la palabra protocolo. ¡Será por algo!, digo. Cualquiera que lo mire puede comprobarlo. Puedo añadir por experiencia propia que quienes vienen a la universidad a hacer estos estudios apenas preguntan por protocolo y sí por eventos, dándose la circunstancia de que un alto porcentaje matizan más: “No quiero protocolo, sino estudiar organización de eventos”. Una carrera que por cierto compite cada vez con más fuerza con las clásicas de periodismo y relaciones públicas. De hecho en la Universidad Camilo José Cela es la que más alumnos tiene de las cinco que ofrece la Facultad de Ciencias de la Comunicación, habiendo alcanzado para este curso el máximo cupo que el Ministerio le permite.

Protocolo oficial sin reglas

Son muchos los factores que están propiciando este cambio en el “alambre” en el que nos encontramos quienes nos dedicamos a organizar eventos o atender el protocolo de una institución o de una entidad privada. El primero de ellos, y quizá el más preocupante, es la situación que vive el protocolo en las instituciones oficiales, desde la más alta a la más modesta. En España, el protocolo oficial en su sentido tradicional, agoniza como nomenclatura. Ello puede deberse a que dichas instituciones ignoran conscientemente, en un alto porcentaje, las normas de obligado cumplimiento que exige el protocolo como tal.

En la Casa Real española, los poderes del Estado, los gobiernos autonómicos, locales y provinciales y qué vamos a decir de las empresas, el protocolo ha experimentado un cambio de profundidad: ha pasado de ser el conjunto de normas reguladas por leyes, decretos o reglamentos (o manuales y procedimientos en el ámbito privado) y reglas sobrevenidas de la tradición o costumbre, así como de procedimientos con sentido institucional (aceptado hasta no hace mucho como de “obligado cumplimiento”), para convertirse en el papel mojado que es necesario obviar para que cada cual interprete la norma o sencillamente la vulnere para beneficiar a su entidad. El vale todo se ha impuesto (ejemplos hay cientos cada día), y siempre se alega la excusa perfecta para justificar la aplicación de un protocolo “ad hoc” en línea con los objetivos de un evento. Uno se pregunta: ¿vale todo para lograr los objetivos del organizador? ¿Se puede hacer un protocolo oficial “ad hoc” en las instituciones públicas, por ejemplo? ¿Se puede incumplir una norma estatal porque alguien entienda que hacerlo mejora su proceso comunicativo?

Incumplimientos permanentes

Quienes habitualmente seguimos la actualidad y estamos atentos a los medios de comunicación y a las redes sociales, nos encontramos cada día con múltiples casos, y a los más altos niveles, en los que el protocolo normativo (no debe olvidarse que protocolo va ligado a procedimiento, norma y tradición) es vulnerado una y otra vez (no siempre por causas justificadas, más bien lo contrario). Banderas mal colocadas, ordenaciones de autoridades disparatadas, invitaciones defectuosas, presidencias inadecuadas, uso equivocado de himnos nacional, cortesías de cesión o no cesión impropias, líneas de recibimiento absurdas y así un largo etcétera, acreditan que efectivamente la normativa protocolaria se aplica o no según le venga al organizador. Es probable que con las actuales normas sea necesario saltarse numerosas de ellas, porque están obsoletas, pero ¿no es mejor actualizarlas? Si, pero ningún político quiere hablar de ello. Está mal visto legislar sobre protocolo. Si nuestra profesión (la estrictamente protocolaria) pasa del cumplimiento de las normas vigentes (porque se lo exijan o por iniciativa propia), si no se respetan, ¿en qué situación queda el protocolo? No vale como excusa señalar que al fin y al cabo lo importante es que el evento salga bien, porque añadiría de inmediato que por supuesto es fundamental que sea exitoso, pero también que se cumplan las normativas vigentes (o sino que se supriman o cambien, pero no puede admitirse que aquellas sean utilizadas según el capricho del organizador).

Si un técnico o responsable de protocolo, en su labor de organizar eventos o atender las relaciones institucionales, tiene que pasar de las normativas, ciertamente hay que concluir que el protocolo como tal tiene la puntilla puesta. Porque ya no estaremos hablando de protocolo sino de la gestión de eventos, y eso ya no es lo mismo (aparentemente). No podemos excusarnos en que aunque se incumplan las reglas el técnico de protocolo sigue siendo fundamental para que, pese a todo, los actos salgan adelante, porque eso mismo pueden argumentar los contrarios al protocolo y amigos de la denominación de organizadores de eventos.

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Palabra maldita

La nueva clase política y empresarial, en estos momentos y creo que no es un fenómeno puntual, huye conscientemente de la expresión protocolo, porque recuerda alejamiento, poder, enquilosamiento, antigüedad, clasicismo, casposidad, encorsetamiento, falta de naturalidad y sencillez y estrechamiento de miras, por citar algunas palabras usuales. O, incluso, para algunos, protocolo es sinónimo de tiempos pasados. Y tras algunos escándalos muy sonados, el protocolo se ha asociado a procesos de corrupción, desviación de fondos o gastos innecesarios y excesivos, lucrativos en ocasiones y, por supuesto, prescindibles. Hay quienes, incluso, hacen del recorte del mal denominado protocolo, campaña de mejoramiento de su imagen personal y política. Hoy mismo, el diario Levante, publicaba una noticia con este título: “Algar rebaja gastos de protocolo para pagar libros de texto. El independiente Juan Emilio Lostado renuncia a 2.000 euros del presupuesto de alcaldía para que los niños tengan los libros gratuitos”. Y ya en el interior de la noticia, dedicaba a hablar de las ayudas a niños para la compra de material escolar en su municipio, se dice textualmente: “La solución del alcalde de Algar, aprobada recientemente en pleno por el resto del gobierno municipal y de la corporación, fue rebajar en 2.000 euros la partida de protocolo, reservada para «invitaciones en cenas y celebraciones», según precisa Lostado, y completar hasta los 7.000 euros las ayudas en material escolar que se abone al AMPA del colegio para su distribución”. Una de las cientos de noticias donde machaconamente se refieren al protocolo como los gastos de representación, nada más lejos de la realidad profesional.

Cuando nos referimos a esta nueva clase política no nos quedamos solo en los partidos o agrupaciones ciudadanas que han emergido en los últimos procesos electorales, sino a todos, porque hasta el bipartidismo ha optado claramente por separarse del tradicional protocolo. Algunos, incluso, hacen exhibición pública en relación a ese mal entendido protocolo y alardean de aplicar medidas que reduzcan los gastos protocolarios (luego analizas qué tipos de gastos son y nada tiene que ver con el protocolo profesional, sino con los gastos de representación que son otras cosa). Es más, de las últimas elecciones autonómicas y locales han desaparecido puestos clásicos de protocolo en las instituciones. Es más, hasta los políticos buscan una forma de vestir que proyecten una imagen menos protocolaria o formalista. Tampoco se ha vuelto a la pana, pero las nuevas caras políticas buscan una forma de vestir que no difiera mucho del ciudadano al que se dirige, y ello también repercute en los eventos protocolarios.

Más eventos que nunca

Pero frente a este panorama, lo cierto es que los ayuntamientos, los gobiernos autonómicos y las empresas siguen organizando eventos, y más que nunca, porque las acciones de comunicación están derivando cada día más al “cuerpo a cuerpo”, al “face to face”. ¿Quién se encarga de ello? Estoy seguro que cualquiera que lea esto tiene respuestas a la cuestión, porque es evidente (tristemente) que sin causa alguna muchos profesionales han sido sustituidos por otros que desconocen las mínimas técnicas comunicacionales y organizativas aplicadas a los actos y eventos. En algunas entidades simplemente han amortizado el puesto, pero ya buscan perfiles para ocuparse de las competencias organizativas. La calidad de los actos institucionales ha caído en picado en los últimos años (y muy peligrosamente en los últimos meses), y no sólo por presupuesto, sino por no contar con buenos profesionales. Se sigue gastando lo mismo, pero en cambio el ROI (el retorno de la inversión) es preocupantemente bajo. En ese escenario, al menos afortunadamente, cobran cada vez más protagonismo las agencias especializadas en eventos y el freelance con habilidades para moverse bien en este mar de aguas revueltas.

Por mi condición paralela de docente, me llegan muchos currículos de personas del sector que si bien antes exhibían con orgullo su condición de experto en protocolo, ahora lo han desplazado al rincón o lo han adornado con nuevas palabras. Muchas empresas ya no piden un responsable de protocolo, sino un “personal assistant”, y es muy probable que tengas más posibilidades de encontrar empleo si recurres a otras expresiones como event manager, responsable de proyectos, especialista en eventos, relaciones institucionales o similares. Es más, casi diría que es más fácil encontrar empleo presentándote como personal assistant o técnico de eventos, o event manager, que como técnico de protocolo.

En esta radiografía, la denostación del término ha influido el crecimiento del uso de la expresión protocolo para definir procedimientos a seguir. El protocolo de actuación policial en Gibraltar…, el protocolo médico para…, el protocolo para el desalojo… y un sin fin de cuestiones similares que diariamente escuchamos en los medios de comunicación y en la propia sociedad. Por cierto, un significado éste que ni la Real Academia Española contempla como tal en sus cuatro acepciones.

La profesión de organizadores está fuerte

Evidentemente la profesión no ha muerto, muy al contrario, está más fuerte que nunca, y su futuro es espectacular. Pero sí está cambiando la forma de denominarla. Eso es ya algo más que una evidencia. Incluso es menos frecuente que se hable de decisiones protocolarias, salvo que alguien se refiera a cómo comer en la mesa, cómo tratar a la marquesa o cómo dirigir una carta al Rey. Los medios de comunicación llaman a los expertos en protocolo a sus tertulias cuando se habla de casas reales, de la duquesa, de la mesa de Navidad o de la falta de modales. Entonces se da más rienda al protocolo que no es tal, y públicamente se le encasilla en la mera etiqueta. ¿Va correctamente vestida la reina Letizia a la proclamación de Felipe VI?, puede preguntarte el periodista. Uno se queda con ganas de responder, “mire, eso mejor se lo pregunta a un estilista o a un asesor de imagen”. Sin embargo, rara vez te preguntan por qué están colocados así los Reyes, por qué hay banderas, por qué hay honores, a qué obedecen las caravanas de seguridad o por qué recibe esta personalidad y no otra. Se quedan con lo superficial, y claro, ahí puede opinar cualquiera (que diga lo que diga nunca se va a equivocar, por muchas burradas que podamos decir).

¿Se parte la profesión?

Es evidente, insisto, que el protocolo no ha muerto, y tiene su espacio (cada vez mayor), pero es necesario en la aplicación profesional una redefinición del término. Hacer protocolo no es sólo hacer un acto bien, sino recoger las normativas o tradiciones que le sean de aplicación, o la creatividad e innovación que pueda precisar. Requiere de destrezas para desarrollar sus técnicas –cada vez más sofisticadas- y exige amplios conocimientos de la nueva comunicación y el renacido marketing. Hacer eventos significa, también, manejar con fluidez la responsabilidad social corporativa, la sostenibilidad, la cultura de masas, la escenografía y la gestión eficaz de los tiempos de los actos. Hacer eventos es cada vez más un arte comunicativo, una delicada puesta en escena que requiere a veces conocimientos de ingeniería y arquitectura, y desde luego siempre de las sofisticadas tecnologías.

Con este artículo no pretende ni ser negativo, ni pesimista, sino todo lo contrario. El protocolo existe y existirá siempre, para lo bueno y lo malo. Para saber hacer integralmente un buen evento hay que ser un buen técnico de protocolo, eso está claro. Algo que por ejemplo los responsables de las agencias van a negar, porque encasillan a los protocolarios como esos técnicos que se ocupan solo de la atención a las autoridades y de sus actos. El resto son eventos, y ahí parece que el territorio es para creativos, coordinadores y técnicos específicos cualificados de las acciones previstas (sonido, catering, diseño, pantallas, regidores…). ¿Alguien conoce una agencia de cierto prestigio que ponga al frente de un evento a un jefe de protocolo y le llame como tal? ¿Alguien conoce que una empresa o una institución saque a concurso un acto de protocolo utilizando esa expresión? Seamos sensatos, la realidad está para observarla y analizarla.

Estamos ahora en una clara división de la definición profesional: los técnicos y responsables de protocolo (que están en estos servicios en las instituciones públicas, y muy raros casos en alguna empresa) y los expertos o técnicos en organización de eventos que se ocupan del resto. Y voy más lejos: empieza a ser corriente que los responsables de protocolo institucionales tengan que recurrir a las agencias o a los freelance de eventos para sacar adelante sus actos. El análisis de la cuestión no debe pasar por alto que en España sólo el 12 % de los eventos están promovidos por instituciones públicas. En estas circunstancias podemos concluir, en una primera fase, que derivaremos en dos sentidos: serán técnicos de protocolo los que trabajen en instituciones públicas (hay que valorar que ya muchas de ellas han cambiado el nombre del servicio de Protocolo por Eventos Institucionales) y técnicos, creativos o gestores de eventos el resto. Y algunos recurrirán a nombres muy específicos que dichos en inglés venden mucho (y que es puro protocolo), como el caso de los Wedding Planner. Es decir, se está generando una clara división, entre lo oficial y lo privado, cosa que a lo mejor no es malo. Pero eso lleva a la especialización y debemos ser consciente de ello, a la hora de promocionarse uno mismo en su carrera. A una agencia de eventos potente le cuesta mucho fichar a un jefe de protocolo, aunque sea de prestigio y haya trabajado al más alto nivel, porque siempre le verá como eso, protocolo, y no como gestor comunicacional aplicado a los eventos. Le seguirá viendo como al señor de la corbata, y no como el creativo sesudo que ha de sorprender diariamente. Un error.

Sigo defendiendo el protocolo como “el conjunto de normas, reglas, costumbres, tradiciones y técnicas mediante las cuales se organiza un acto o un evento”. De eso no me salgo. Todo evento, por muy moderno que sea o muy alternativo, público o privado, tiene un claro protocolo, aunque algunos no lo quieran reconocer o eviten la expresión (salvo si hay autoridades), cambiándolas por otra que inglés también vende mucho. El organizador de eventos no es más que un profesional de protocolo, y el que ya hoy ejerce como profesional de protocolo debe saber que es, por encima de todo, un gestor de eventos. Tanto unos como otros utilizan el protocolo adecuado al evento que planifican y desarrollan, más sujeto a normas o con más campo de libertad.

Pero a la pregunta del principio. ¿Ha muerto el protocolo? Evidentemente no. Está más fuerte que nunca. ¿Ha muerto la profesión de protocolo? Claramente no, pero es evidente que los gestores de eventos toman ventaja. Unos harán eventos institucionales (los protocolarios) y otros seguirán con sus eventos corporativos y creativos. Pero no hay que olvidar que en la realidad profesional el 88 por ciento de los eventos en España no están vinculados al mundo institucional, y que casi un 75 por ciento de los mismos responden al denominado turismo de reuniones y la llamada industria MICE (Reuniones, Incentivos, conferencias/congresos, exposiciones y ferias), cuyo potencial es espectacular en todo el mundo, y más en países tan atractivos para acogerlos como España.

¿Se emplearán a técnicos de protocolo?

¿No merece esto una buena reflexión? Pues hay quien ni se lo plantea, y más peligroso: quienes se agarran al protocolo como si fuera la verdadera profesión. Un error. Como señalaba antes, el protocolo está en todos los eventos, pero en el conjunto global de la gran industria de los eventos (e incluye los oficiales) cada día nos llaman menos de protocolo. Podría seguir contando muchos ejemplos y casos, pero sería reincidir en lo mismo. Las asociaciones actuales deberían empezar a pensar muy seriamente en esta cuestión (lo vengo diciendo desde hace años). Porque el futuro de la industria de los eventos es espectacular, pero corremos el riesgo, severo riesgo, de que los actuales profesionales de protocolo se queden fuera de la misma si no cambiamos la percepción. Y quedaremos exclusivamente como aquellos especialistas en ceremoniales de estado (que debe de haber, pero cuyo futuro en empleo es escaso).