Discurso navideño del Rey: más que palabras

Foto buena discurso

He escuchado anoche al Rey de la ilusión, la esperanza y el compromiso. Al Rey de lenguaje directo, sencillo y sin retóricas. Preciso en el tiempo, comunicador, próximo y seguro. Pero, también, lo he visto a través de sus gestos, mirada y diferentes detalles muy personales. La escenografía, basada en la idea de un salón como el que podemos tener en nuestra casa, con una ventana y un marco que no es precisamente modelo de arquitectura de Palacio, ha contribuido a no desviar la atención de lo importante: sus palabras, su mensaje, aunque ha permitido reforzar el compromiso de encarnar una generación diferente que apuesta –como apoyo- por la comunicación no verbal.

He visto al Rey de la ilusión y la esperanza, al Rey del presente y futuro, marcando distancias claramente con el Rey que trajo la democracia a España, don Juan Carlos, separados por un sofá rojo vacío que transmitía la idea de la transición habida en esa Casa de la que ahora es dueño. Con ello, ha creado dos zonas claramente diferenciadas que permite hacer una lectura de que es Rey porque antes ha sido Príncipe y que en consecuencia ha recibido la Jefatura del Estado por la abdicación de su padre (foto abrazandole) y los mecanismos constitucionales (la bandera de España). Sin embargo, ha querido distanciarse con su estilo propio, el de la sencillez y la proximidad. En clave “Real”, don Felipe ha sabido situarse en el escenario que le define. A unos les puede gustar más y a otros menos. Especialistas saldrán que propondrán otras opciones de decoración. Pero que no se olviden que ahí reside la clave para entender a este joven Rey: comunica apoyado siempre de una adecuada puesta en escena, muy pensada, con claros toques personales y en los que se ve mucho la mano de la reina Letizia.

El juego de los dos entornos

Dos entornos tenía la escenografía, que jugaban entre sí. La representación de una etapa pasada, ese espacio donde aparecía la foto en la que se abrazaba a su padre en Palacio Real el día de la firma de la Ley de Abdicación (18 de junio). No es casual que junta a ella estuviera la bandera de España, que no aparecía en los planos cortos televisivos, pero si en los globales, lo que confería el valor institucional de todo el proceso que le ha llevado a ser Rey y por supuesto el que le autoriza a dirigirse como Jefe de Estado a todos los españoles en esa noche mágica. Junto a esa imagen y ese símbolo oficial, no ha querido don Felipe prescindir de algo que seguramente en el noventa por ciento de los hogares hay en la Nochebuena: un minimalista belén, construido sin nada más que las cinco figuras clásicas. Por primera vez en las comparecencias reales de Navidad, no eran piezas de valor artístico cedidas por Patrimonio Nacional, ni referencia directa a la religiosidad, sino sencillas figuras propias de estas fechas, que bien podría haber comprado como cualquier español en el mercadillo de turno.

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Distanciado de esa imagen, con un sofá vacío en medio, a modo de cordón umbilical, el segundo entorno, el del Rey actual, postrado en una silla discreta, poco llamativa, apreciábamos al Monarca más tierno, próximo y comunicador. Seguro de sí mismo y muy gestual, pero sin excesos. Por momentos uno tenía la sensación de que pretendía traspasar la pantalla para meterse en nuestro hogar. Tres detalles importantes en esta zona: las dos fotos situadas a su derecha, una sentimental –la cabeza de doña Letizia postrada en el hombro de don Felipe, en un avión de regreso de un viaje oficial a Iberoamérica- y la obligada, ambos con sus hijas en plan familiar durante sus últimas vacaciones en Mallorca. No debe olvidarse que don Felipe es, sobretodo, muy sentimental.

A su derecha, colgado en la pared un retrato hecho en Oviedo a la entonces niña Letizia Ortiz, con apenas nueve años. Tampoco es casual que sea la misma edad de su hija la Princesa de Asturias. Seguimos viendo al Rey que le gustan los gestos y los detalles muy cuidados. Algo excesivo el recurso a la planta típica de Navidad, pero tampoco agobiaba al entorno. Quizá no haya sido del agrado de alguno las lucecitas navideñas tras la ventana, pero a mi no me ha disgustado, porque transmite la idea de que hay ciudad detrás, es decir, sociedad. Que no está en Palacio encerrado. Tras su ventana está el mundo, España, de los que no quiere aislarse. Simbolismo significativo. Ha buscado su rincón de la casa, ese lugar hogareño que cada uno intenta hacer suyo en la casa.

Las claves asturianas

Traje gris discreto que contribuyó a realzar el color azul de su corbata –como el de la bandera de Asturias; tampoco es una casualidad. Tres guiños que ha concedido a la tierra que más veces ha visitado porque ha sido su Príncipe durante muchos años y el que le ha llevado a ser conocido en todo el mundo, a codearse con la “creme de la creme” intelectual, generosa, solidaria y comprometida, esos ya casi cuatrocientos galardonados con los premios Príncipe de Asturias. Segundo guiño: su referencia al discurso pronunciado en Oviedo en la última ceremonia de estos premios. Tercero, el retrato de Letizia ya comentado.

En fin, que ha comunicado no solo con las palabras, sino con la puesta en escena. Porque nada ha entorpecido lo importante: su mensaje. De su contenido son los partidos políticos y los ciudadanos los que tienen que valorar. Personalmente, creo que ha hecho el discurso posible, con lenguaje sencillo y sin rodeos, hablando de esa integridad moral que –sin citarla- no excluye a su hermana, la infanta doña Cristina. Defensor de la Constitución, pero no se ha aferrado a ella como intocable, con lo que puede deducirse entrelíneas que este Rey apuesta claramente por una Constitución actualizada que cuente con el refrendo de la generación que él encarna. Ha dado toques de atención al gobierno y ha apelado a la unión de los españoles desde la pluralidad, en referencia al conflicto catalán, sin cerrar ninguna puerta al entendimiento.

Creo que su discurso no cae en la indiferencia ni al PP, ni al PSOE, ni a IU –por mucho que diga Llamazares que “más de lo mismo”- ni a Podemos, por citar a algunos. Su discurso sirve a todos. Y es que no he visto al Rey de cuento de hadas y palacios, sino a un Jefe del Estado. Por primera vez en sus tres grandes citas del año que acaba, actuando en solitario –sin la compañía de la Reina- he sentido que, por encima de la Corona, quiere ser el Jefe de Estado que necesita España y determina la Constitución. Y lo ha conseguido. De sus palabras no puede arrancarse debate alguno sobre monarquía o república. Ha demostrado que él es Jefe del Estado y que no se apega a las ventajas de no ser elegido, dispuesto (por qué no) a someterse al plebiscito diario de ser juzgado por cada español y rendir cuentas como cualquier responsable público. A este Rey no se le entiende solo con las palabras. Hay que leer en sus gestos. Ha dicho más de lo habitual en estas citas y sigue respondiendo al Rey de todos los ciudadanos, y, sobretodo, al Rey de los débiles españoles.

(Discurso completo)