¿Protocolo politizado en los Premios Princesa de Asturias?

La ceremonia y el protocolo del acto en sí de entrega de los Premios Princesa de Asturias no puede calificarse de otra manera que de exitosa. No hay apenas pegas trascendentales que poner, ni que merezca la pena comentar, y, por lo tanto, felicitamos en consecuencia a todos sus organizadores. Sin embargo, hay algunas cuestiones extra ceremonia y de contenidos de la misma que sí deben ser objeto de alguna reflexión. Este acto de entrega de los galardones, que ha cumplido su 37 edición, ha pisado el peligroso terreno del uso político, algo que hasta ahora había sido la línea roja. Siempre los organizadores, con la Casa Real al frente, han frenado la presión de los políticos por instrumentalizar la más importante ventana de España al mundo. Oviedo fue cita un año más de ese mundo que quiere vivir en concordia y en paz, que busca la justicia, la solidaridad y el progreso a favor de un mundo mejor para todos y lo hace desde la aportación de todos los ámbitos del conocimiento y la actividad. En mis 33 años de trabajo en el servicio de protocolo de la Fundación Princesa de Asturias, el entonces mi director Graciano García (creador y fundador de estos galardones) siempre me insistió en no cruzar esa frontera. Soy testigo de las muchas presiones que soportó procedentes de todos los rincones políticos de nuestro país (por ejemplo al presidente Felipe González, no se le permitió hacerse la foto con el presidente brasileño, Lula da Silva cuando recogió su premio, y hubo de conformarse con un encuentro en el Hotel de la Reconquista, lo que hizo que González no acudiera luego al Teatro). Tuve un director muy plantado en ese convencimiento, y gracias a él estos premios cuentan con el prestigio que tienen. Pero el acto de ayer, por muy emotivo, bonito y elegante que haya sido, ha pisado una “china” que le puede hacer herida. Cuando el objetivo es generar la “postal del reconocimiento universal a favor de la sociedad global”, a través de un conjunto de premiados, permitir ciertas acciones que responden a criterios de política doméstica le hace perder su verdadera esencia.

Soy muy consciente de que muchas personas no compartirán la reflexión que hago, pero confío que más adelante, quizá años, entiendan estas palabras. Ayer, en mis redes sociales, ensalcé la ceremonia y su protocolo, porque es justo decirlo. También, hice alusión a la consecución de esta fotografía globalizadora. Pero desde la reflexión fría y distante conviene entrar en otras cuestiones. Confío que nadie dude de mi convicción de la necesidad de la unidad de nuestro país en todo su territorio actual, y lástima que esta reflexión salga en un día en que el Consejo de Ministros acaba de decidir la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española que permite al Gobierno hacerse con las riendas del autogobierno de una comunidad autónoma que incumple, a juicio de las instituciones de Justicia, la Carta Magna y su propio Estatuto de autonomía (hago un paréntesis: sólo deseo una solución razonable que pasando por el cumplimiento del Estado de Derecho permita recuperar la normal convivencia y el progresivo desarrollo de la autonomía catalana).

Los presidentes del Parlamento Europeo, del Consejo y de la Comisión con su premio dedicándolo al público.

¿Premio a la Unión Europea?

Hechas estas consideraciones, vamos al otro análisis de lo visto ayer en Oviedo. Las redes sociales se llenaron a lo largo de la jornada de un hervidero de comentarios de todo tipo, a favor, en contra, algunos más guiados más por el corazón que por la razón. Respeto los comentarios razonables, detesto las frivolidades partidarias. Puedo entender que muchos no compartan que el Premio a la Concordia se haya dado a una Unión Europea que ha vivido en estos dos últimos años su peores episodios de entendimiento y concordia (brexit, pésima gestión sobre los refugiados de la guerra de Siria, riesgos de ruptura por los emergentes nacionalismos ultraconservadores, etc.). Pero por otra parte, no olvido que este año hemos cumplido 60 años de UE y nadie puede dudar a estas alturas que la Unión ha conseguido algo inimaginable cuando nació: consolidar una gran Europa aunque ahora viva o sufra preocupantes problemas que estoy seguro con el tiempo se resolverán. El Premio tiene su sentido, y confiamos que tras recibir el Nobel y el Princesa, sirva de acicate para progresar en la unidad de naciones, porque juntos ciertamente somos más fuertes.

Lo que me preocupa, y en relación con la ceremonia de ayer, es que los altos cargos de la UE que acudieron a Oviedo (presidentes del Parlamento, del Consejo y de la Comisión, que recogieron el galardón, y con la presencia en el escenario del Presidente del Tribunal de Justicia de Europa y el Vicepresidente del Parlamento Europeo), apenas hablaron de lo que representa el espíritu europeo, y que su mensaje se haya centrado (aunque sin citarlo) en el problema catalán. Parecía que su presencia tenía más que ver con la escenificación pública y explícita del apoyo y solidaridad del conjunto de la UE con la España constitucional, que con lo expuesto en el fallo del jurado. Agradecemos sus palabras, cómo no, pero el marco no era el púlpito del Teatro Campoamor ovetense, coliseo que cumple 125 años de existencia. Este discurso podría haberse producido antes o después pero no durante, al menos con la intensidad y perseveridad que se hizo. Hubiera bastado una referencia clara, pero la insistencia desnaturaliza el sentido de su galardón. Comparto la observación de mi colega Diana Rubio de que la intervención de los tres representantes europeos pudiera ser excesiva y reiterativa, pero en clave “Fundación” era importante que las tres más altas autoridades europeas hicieran uso de la palabra.

Los cuatro jugadores de rugby de Nueva Zelanda, del equipo All Blacks, sorprendieron con su ritual.

Los cuatro miembros de Les Luthiers tras recibir el premio saludan al público.

Desplazar el verdadero sentido del acto

El discurso europeísta a favor de la España de Derecho, descafeinó discursos impecables, de gran calado y contenido, en línea con los objetivos de los Premios, como los pronunciados por el galardonado de las Letras, el poeta Adam Zagajewski, el portavoz de Les Luthier, Marcos Mundstock y del de Cooperación Internacional Hispanic Society of América, a cargo de su presidente, Philippe de Montebello. Incluso tapó las emociones que necesita una ceremonia que debe expresar sentimientos y mensajes, como el ritual del equipo de rugby de Nueva Zelanda, All Blacks, con su conocida “haka” o la ironía intelectual del poeta o del humorista lúdico y lúcido.

Incluso dejó, en parte, en un segundo lugar el acertado discurso del rey de España, Felipe VI. Quienes han criticado que el Monarca entrase en esta ceremonia en la cuestión sedicionista, olvidan que el ahora Rey y antes Príncipe, en todos sus discursos en este marco, desde que cumplió la mayoría de edad, siempre se ha referido a los principales problemas de cada año bien del mundo o de España, o de ambos. No podía quedarse ajeno a una clara referencia a su pensamiento sobre la cuestión catalana. Lo hubiera hecho igual sin presencia de las personalidades europeas o del propio Presidente, porque nunca ha huido de esas “patatas calientes” (es su discurso más libre y menos condicionado, en el que no interfieren los intereses de los gobiernos de turno). Al estudio que realicé de sus discursos en mi tesis doctoral me remito.

Llegada del Presidente del Gobierno, recibido a pie de coche en la alfombra azul por el Presidente de Asturias, Alcalde de Oviedo y Presidente de la Fundación Princesa de Asturias.

Llegada de la Presidenta del Congreso al Teatro que no tuve recibimiento especial alguno.

Protocolo para el Presidente del Gobierno

Sin embargo, no me gustaron, tras estudiarlas con más detalle, las soluciones protocolarias dadas con ocasión de la presencia del Presidente del Gobierno, fuera del estricto ámbito de la ceremonia (en la que ocupó el lugar que le correspondía). Sigamos la secuencia tal y como se produjo. El Presidente del Gobierno fue incluido en la sucesión de caravanas oficiales especiales y honorídicas dispuestas por la organización, entre el Hotel de la Reconquista y el Teatro, y lo hizo tras los premiados y minutos antes que la Familia Real. Una error en mi opinión, máximo cuando todas las autoridades de primer nivel (entre ellas la propia Presidenta del Congreso), llegaron al coliseo ovetense antes que los galardonados, como siempre se ha hecho. Con esta decisión, la llegada del Presidente rompió la magia siempre perseguida de que los últimos en llegar (antes de los Reyes), en señal de alto reconocimiento y máxima cortesía, sean los galardonados.

Fue otro error, que al Presidente se le diera un recibimiento oficial excesivamente especial a su llegada al Teatro, incluso de mayor perfil que al propio Rey, pues a los habituales Alcalde de Oviedo y Presidente de la Fundación (anfitriones del Teatro y del acto, respectivamente), se unió el representante ordinario del Estado en el Principado de Asturias, el Presidente autonómico (que luego se retiró al interior y no recibió en el exterior a la Familia Real). Protocolariamente es desacertado si se valora en relación al sentido de la ceremonia. A lo largo de estos 37 años, jefes de Estado extranjeros que han acudido como invitados a la ceremonia, no fueron objeto de un recibimiento tan especial y singular. No tiene sentido alguno este recibimiento, más si no se ha hecho lo mismo con la Presidenta del Congreso, ya que ambos son presidentes de dos de los tres máximos poderes del Estado. ¿Por qué a uno sí y a otro no? Una falta de tacto. Bastaba con el recibimiento en la puerta del Teatro por parte del Presidente de la Fundación, como se hace desde siempre con todas las altas autoridades. Ayer se rompió peligrosamente una “costumbre/norma interna” que la Fundación ha venido observando, incluso en la única presencia de otro presidente, como fue el caso de Calvo Sotelo en 1981.

Llegada de la Familia Real española al Teatro Campoamor.

Saludo a la Familia Real

Seguimos con los errores. La Familia Real fue recibida a pie de coche por los habituales Alcalde y Presidente de la FPA, pero en el acceso al coliseo el Presidente del Gobierno, en solitario y no junto al resto de autoridades, recibió en lugar especial y distinto a Felipe VI, su esposa y su madre la reina Sofía. El Presidente debería encabezar en el vestíbulo la línea de saludo con el resto de autoridades, este año excesiva por la mayor presencia de personalidades institucionales (aunque personalmente sobraba el Vicepresidente del Parlamento Europeo). Sí era adecuada la del Presidente del Tribunal de Justicia Europeo, equivalente en las precedencias españolas al Presidente del Consejo General del Poder Judicial. La presencia de aquel Vicepresidente (en protocolo comparado equivalente a un Vicepresidente del Congreso) rompe otra norma muy defendida hasta ahora en la Fundación: la línea de saludo se cierra en el nivel de ministros. Costó en su momento lograrlo. ¿Por qué romperlo? ¿Qué ha aportado esta excepcionalidad? Nada, solo un peligroso antecedente.

Foto de Familia del Rey con los presidentes de España y del Parlamento, Consejo y Comisión Europea.

La foto de familia europeísta sin la Reina

Otro error más a la lista: la foto de familia del Rey con los presidentes de España, Parlamento Europeo, Consejo y Comisión, sin presencia de la Reina. Una foto muy forzada, que seguramente era conveniente para fines políticos, pero no era el marco para hacerla. ¿No se desprecia con ello al resto de los galardonados, que han tenido que conformarse con otra foto de familia hecha en la mañana sin la presencia de los tres representantes europeos que no pudieron llegar a la tradicional audiencia en el Hotel por encontrarse en la cumbre europea? ¿Y está Rajoy en esa foto y no la Reina, acompañante inseparable del Monarca en este evento? En el menor de los respetos, debería haberse intentado repetir la foto con todos los premiados segundos antes de iniciarse el traslado de los galardonados al teatro (hay antecedentes). Y hecha ésta, si es necesaria, en el propio Hotel podría haberse hecho esta foto especial, pero nunca en el Teatro, ya iniciándose la ceremonia. Un error de concepto de lo que representa el evento.

Tras la foto, el Presidente, acompañado del máximo responsable de la Fundación, como si fuera su jefe de Protocolo, le acompañó con todos los honores hasta el escenario, sin dejar de hacerle indicaciones sobre cuál era su sitio en el escenario (un Rajoy supuestamente despistado, empeñado en sentarse en la primera fila de público). ¿Es que no sabía o no fue informado de su sitio o tuvo una amnesia temporal o pretendió llamar la atención en una entrada excesivamente ovacionada por el público presente? (no tacaba). Un público que, por cierto, no dedicó por primera vez aplauso alguno a la llegada al Palco de Honor de la nunca ausente en esta ceremonia, la reina Sofía. Rajoy ensombreció a la Reina honorífica (esencia silenciosa de esta ceremonia), porque no se ajustaron los tiempos para evitar una entrada en paralelo.

Foto de Familia oficial de los premiados 2017 en el Hotel de la Reconquista.

El tinte político que arrastra al protocolo

Todos estos errores de concepto (que arrastraron a inadecuadas decisiones de protocolo) son los que han dejado un claro tinte político a la ceremonia. La España constitucional necesitaba gestos por el conflicto catalán, pero el marco de estos premios -que nunca se han politizado por ser universales y abiertos al mundo- no era el lugar. Todos estaban en Oviedo, ¿por qué llevarlo a los prolegómenos de la ceremonia y en parte a la propia ceremonia? Una línea roja que se ha saltado y que confiamos que no vuelva a repetirse por el bien de unos premios que han de impedir la presión política. Soy consciente de la situación de España, y quizá de la necesidad de dar visibilidad el apoyo europeo e internacional a las políticas del Estado de Derecho, pero podría haberse hecho en otro marco y sin interferir en el verdadero sentido de la ceremonia. Con un “nivelazo” de premiados que ayer se sentaron en el escenario, es una lástima que la cuestión catalana haya rebajado la importancia de esa “foto de la humanidad que quiere vivir en paz, a través de sus aportaciones desde las Letras, la Comunicación y las Humanidades, la Investigación, las Ciencias Sociales, las Artes, el Deporte, la Cooperación y la Concordia”, en palabras pronunciadas hace algunos años por mi gran referente, Graciano García.

Fila de autoridades, por el orden de precedencias (aplicando protocolo comparado para las autoridades extranjeras), situada a la izquerda de la presidencia. Frente a ellos, a la derecha de la presidencia (puesto de honor) los galardonados.

El puesto del Presidente en el acto

En relación al puesto del Presidente en la ceremonia, el acierto es total. Ocupó el lugar que le correspondía, el primero de las autoridades invitadas y en la zona reservada para éstas, la primera fila del lado izquierdo de la presidencia. Se especuló mucho días atrás que el Presidente del Gobierno se situaría en la mesa presidencial. Quienes me consultaron al respecto les señalé que de acuerdo a la costumbre y política de la FPA no estaría en la presidencia, como así fue. Pero es cierto que cuando ví la llegada del Presidente y movimientos posteriores, temí que a última hora se cambiara el protocolo previsto. La mesa de la presidencia, desde que se reorganizó escenográficamente el escenario del Teatro y se redujo la mesa a solo tres personas (más tarde, cuatro tras la boda del hoy Rey). Solo al Príncipe, luego Príncipes y hoy Reyes, le acompañan el anfitrión (Presidente de la FPA) y el Presidente asturiano, en su calidad de Vicepresidente de Honor de dicha Fundación. Ese fue el criterio, precisamente para evitar situaciones como la de ayer, o como en ediciones anteriores a las que acudieron personalidades de rango superior al presidente asturiano (resulta necesaria la referencia al Principado).

De estos errores conceptuales (al menos para mí), que no de protocolo aunque le perjudicó, no hay que culpar a la Fundación y los organizadores de la ceremonia, salvo en el hecho de no haber “peleado” a tope para evitar estas situaciones. Todo parece indicar que las decisiones respondían claramente a indicaciones superiores, cuyo contexto no obedecieron a los objetivos finales del premio, sino a un problema concreto que vive España que no debió entrar en el “relato” del acto, más allá de las sí obligadas referencias que debía hacer el Rey (no puede obviar en su discurso un problema tan importante, como tampoco se olvidó de otras cuestiones como las recientes tragedias por los incendios en Galicia, Asturias y la vecina Portugal).

La opinión de Ansón

Pero al margen de este protocolo a la carta para el Presidente del Gobierno, vuelvo a señalar que la ceremonia fue impecable, bonita y con muchos momentos entrañables y de profundo calado en el ámbito universal y global.

Me sumo a la palabras del que fue director del ABC y Premio entonces Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, Luis María Ansón, publicadas en el diario asturiano La Nueva España:

“No estoy de acuerdo con que se politicen los premios”, señaló ayer el periodista, escritor (y también premiado, en 1991) Luis María Anson. Se mostró crítico con que el “tema catalán” marcase de alguna forma esta edición de los “Princesa de Asturias”, algo que tenían asumido los muchos invitados que desfilaron por el hotel Reconquista. Miembro del jurado de Comunicación y Humanidades, opina que hay que “huir” de mezclar asuntos, entre otras cosas, “en respeto” a los premiados de talla internacional. “Son ante todo unos premios con un alto nivel cultural e intelectual, así nacieron y así deben seguir”, remató Ansón.

La necesaria transición obliga a modificar materiales utilizados en la escenografía del Teatro que detectan los medios audivisuales con cámaras de alta calidad digital, todo tipo de defectos. El uso acertado de los colores se convierte ahora en clave.

Necesidad de una cuarta transición en la puesta en escena

Termino con una reflexión que será objeto de otro análisis más adelante. La ceremonia, en su producción y puesta en escena, necesita una cuarta transición, que sin hacerle perder su identidad, historia y sentido, empiece a utilizar las nuevas posibilidades tecnológicas y escenográficas que complementarían perfectamente lo que hoy se muestra (iluminación, traseras, mobiliario, otras tecnologías etc.). Necesita algo más de agilidad, recuperar mayor naturalidad y comenzar a pensar que los Reyes quedan muy empotrados en el fondo de un escenario muy profundo, con una mesa presidencial que impide hacer más emocional la entrega de los galardones y trasladar a otro lugar de honor a las autoridades que toman excesivo protagonismo en el escenario.

Los Reyes, los premiados y la Fundación deben ser los únicos protagonistas de una ceremonia que convierte y debe seguir haciendo de Oviedo la capital cultural y de paz del mundo durante ese día. Y, finalmente, pedir a la maestra de ceremonias que anuncia la llegada de los galardonados al escenario que no se acelere, que espere a decir el nombre del premiado cuando éste llegue a la escalera de acceso al escenario, no antes, porque televisivamente se produce una desfase que dificulta y despista la identificación de los galardonados menos conocidos.